lunes, 20 de agosto de 2012

ALIVERTI, Macri,escándalo y opciones.

Mauricio Macri habilitó un 0800 para denunciar “intromisión política en las escuelas”. Para ir en orden cronológico de repugnancias, no debe obviarse que la disposición obedece a unas denuncias mediáticas truchas sobre talleres o actividades dados por La Cámpora en algunos colegios. En Córdoba, uno de los epicentros de las terribles revelaciones, fue cosa de que se acompañó a los pobladores del barrio Müller en la inauguración de un jardín de infantes, erigido por el trabajo de los vecinos y de una asociación civil. Monigotes de Colores se llama el antro infantil donde el grupo subversivo consumó su adoctrinamiento. En Tandil, hubo una denuncia por el estilo publicada como carta de lectores en un diario local. El firmante y su documento de identidad eran falsos. Los hechos no sucedieron, pero el Concejo municipal llegó a convocar a las autoridades educativas distritales, con media ciudad hablando del comando camporista reclutador de púberes.

(...)

Mientras tanto, dio comienzo el juicio oral por el caso de las coimas en el Senado, a doce años de ese principio de fin para la gestión aliancista que había llegado con el objeto de liquidar la corrupción menemista, pero sin tocar al modelo. Hubo y seguirá habiendo los chascarrillos en torno de que el tiempo transcurrido es lo que le llevó despertarse a De la Rúa, y sus símiles más o menos ocurrentes. Hubo y habrá el olvido, generalizado, respecto de que la Banelco tuvo el sentido de aligerar la sanción de un régimen de trabajo a piacere del FMI, que avanzaba en sepultar conquistas históricas. Fue aquello que la derecha, ya durante el menemato, había impuesto culturalmente bajo el simpático rótulo de “flexibilización laboral”. Al margen o muy a propósito de esos pequeños detalles, estar contemplando al ex presidente, junto a las figuras de Flamarique, De Santibañes, Alasino, Tell, Costanzo, Branda, en un tribunal y gracias a una causa que estuvo a punto de evaporarse, trae por un lado el alivio institucional de que no todo queda impune así nomás. Pero, por otro, es imposible –y antes que eso, nauseabundo– ignorar o empequeñecer la certeza de que esos tipos significaron todo un momento de época catastrófico, estacionado acá nomás, a la vuelta de la esquina. Y cuyo rango de corrupción no debe permitir que se pierda de vista el aspecto central. Fue brillante la inserción de Mario Wainfeld, el miércoles pasado, al citar en cabeza de su columna una frase del historiador francés Jean Bouvier: “No hay que dejarse atrapar por el prestigio de los escándalos (...). No son ellos los que dan cuenta del desarrollo histórico. Los regímenes y los sistemas económicos y políticos no mueren jamás por los escándalos. Mueren por sus contradicciones. Es absolutamente otra cosa”. El prestigio de los escándalos. Ajá. Qué buena trompada retórica para ilustrar a quienes andan viviendo de eso.

Pero ocurre, nuevamente y como cada vez que hasta uno mismo se impone clavar frenos en su apoyo genérico al proceso en danza, que aparece esa dimensión tan insuficiente como inevitable: mirar lo que se le opone, disponer de memoria y no tener otra salida que huir espantado.

Fuente, Página 12, 20 de agosto.
GB

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