domingo, 23 de diciembre de 2012

RICARDITO ALFONSIN, POR RICARDO RAGENDORFER, OPINION

Algunas postales del mes de diciembre
Por Ricardo Ragendorfer

Ricardito –tal como sus allegados aún lo llaman– parecía a sus anchas en el acto de Moyano.

El acto de Hugo Moyano en Plaza de Mayo fue un canto a la diversidad. La foto del palco lo atestigua: Jerónimo “Momo” Venegas y Vilma Ripoll, junto con Ricardo Alfonsín. Sobre este último, además, pesaba un interrogante: ¿era consciente de la fecha? Corría la tarde del 19 de diciembre.

Exactamente once años atrás, en ese mismo lugar se había encendido la mecha que culminaría al día siguiente con la fuga en helicóptero de su correligionario Fernando de la Rúa. El saldo del asunto: cinco muertos por la metralla policial en las inmediaciones de la Casa Rosada y otros 33 en el resto del país.

Días después, el ex mandatario fue retratado a hurtadillas por un equipo de la revista Gente mientras practicaba tiros de golf en su quinta Villa Rosa, de Pilar. El tipo –según la crónica– usaba una sola pelotita; por lo tanto, debía buscarla entre los yuyos tras cada golpe. ¿Era su modo de elaborar el duelo del derrumbe?

Quizás eso mismo se preguntara Raúl Alfonsín, tras leer la nota en cuestión. Su sonrisa era triste. El viejo caudillo estaba en su oficina de la Avenida Santa Fe. En ese instante, irrumpió Ricardo, quien por entonces era un desconocido diputado provincial. "Detuvieron a Enrique", anunció. Se refería a Mathov, el ex secretario de Seguridad, al que se le atribuía la orden de reprimir. Alfonsín confirmó su arresto por vía telefónica con Federico Storani. Es posible que este, entonces, haya sido asaltado por un añejo recuerdo: las dos muertes en el virulento desalojo del puente que une Chaco con Corrientes, en diciembre de 1999. ¿Un exceso de la Gendarmería o el crimen fundacional del gobierno de la Alianza?

Al respecto, el inolvidable Jorge Di Paola escribió un texto estremecedor: “Esta represión es algo despreciable, en nombre del bien. Al menos Hitler lo hacía en nombre del mal, o de malas causas, de la raza superior, del hombre ario. Estos tipos son peores porque se creen buenos. Afeitados. Perfumados. Estas cosas no se hacen sin tirar la dignidad a la basura. Esto lo comete gente como para no saludar nunca jamás. Para darle vuelta la cara. Son actos contra el orden del mundo. Como dice una buena madre: eso no se hace.”
Nadie entonces imaginó que una nueva orvgía de sangre, pero multiplicada en proporción geométrica, sacudiría la Plaza de Mayo el 19 y el 20 de diciembre de 2001 para así cerrar el ciclo de la Alianza.

El miércoles pasado, al cumplirse el aniversario de la masacre, el hijo de don Raúl había acudido al escenario de aquella tragedia histórica, aunque por otros motivos. “Acompañamos la marcha para exigir una reforma tributaria”, fueron sus palabras. Ricardito –tal como sus allegados aún lo llaman– parecía a sus anchas en el acto de Moyano. Extraña manera de atravesar las efemérides.

Una extravagancia que se suma a otras situaciones no menos simbólicas. El funeral de su padre fue una de ellas. En esa súbita tribuna también se colgaron otras estrellas en ascenso. Tal fue el caso de Julio Cobos.

"Otra vez más la vida me pone ante una situación impensada", llegó a decir el 2 de abril de 2009 en el Salón Azul del Senado, a metros de donde yacía Alfonsín. Tal vez el entonces vicepresidente haya fantaseado con el fenómeno ilusorio de la predestinación. No obstante, más que por una voluntad superior, su arribo al centro de la escena fue resultado de una curiosa constelación de hechos y circunstancias, una comedia de enredos marcada por errores ajenos y la pura casualidad. En realidad, había llegado a la fórmula con Cristina por un golpe de suerte: era el único "radical K" que ejercía un gobierno provincial sin la posibilidad de reelección. La noche del ya célebre "voto no positivo" fue otra mano que le tendió el azar. Ahora insistía sin pudor que, en su lecho de muerte, el líder radical le dio la misión de "reconstruir la unidad del partido". Había que verlo durante el cortejo fúnebre hacia Recoleta, saludando con los brazos en alto a la gente en los balcones. Fue como si Alfonsín hubiera muerto para él. En su fuero íntimo, no le cabía la más mínima duda de su destino de grandeza.

Lo cierto fue que el rédito de ese fallecimiento fue en realidad para Ricardo, ya que en pocos meses pasó de ser un referente del partido. En ese trayecto, no ocultó su obsesión por parecerse al papá. Es que ese individuo antes hablaba distinto. Y hasta tenía características personales. Ahora, en cambio, estudia los discursos del estadista, ensaya sus tonos y gestos frente al espejo e, incluso, se pone sus trajes. Lo curioso es que ese adulto de 60 años cifre en semejante esfuerzo actoral su carrera política. En tal marco se ubicó su increíble alianza con Francisco de Narváez, un hombre que supo remediar su falta de formación política e ideas originales con la compra en un remate –por 140 mil dólares– de la biblioteca personal de Perón y su uniforme de gala. Al fin y al cabo, los dos socios compartían su inclinación por la impostura. Pero no de mucho les valió: en las elecciones presidenciales de 2011 obtuvieron un módico 11% de los votos. Desde entonces, Ricardo Alfonsín transita el tablero político como un fantasma que busca, simplemente, una foto. Tal vez haya interpretado el acto de Moyano como una oportunidad propicia para ello.

En ese mismo instante, la Cámara de Diputados rendía homenaje a las 38 víctimas de 2001. Sin embargo, –ya se sabe– él no estaba allí.

22/12/12 Tiempo Argentino

GB


 

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