domingo, 23 de diciembre de 2012

SAQUEOS ORGANIZADOS, POR MARIO WAINFELD, OPINION

La chispa y las realidades
Los saqueos organizados, sus objetivos. Los límites. La chispa, los que se sumaron después, el contexto. Una mirada sobre realidades sociales en 2001 y 2012. Las políticas públicas del kirchnerismo: cambios cualitativos, avances, escenarios, nuevos desafíos. Miradas sobre los pibes de la esquina.

Por Mario Wainfeld

Dos muertes violentas de la cual una es seguro un homicidio, centenares de detenidos, desarrollo en tres provincias, una de las cuales es gobernada por el socialismo, aliado de la CTA opositora... El cuadro general alude a la gravedad, también a la complejidad. Las explicaciones express, como es regla, están a la cabeza del orden del día. El cronista se permite suponer que se conjugan factores variados, que se superponen (o se suceden) actores con distintos objetivos y modos de organización.

La situación socioeconómica actual de la Argentina es incomparable con la del año 2001. Inversión social desconocida desde las anteriores experiencias nacionales y populares del peronismo (el del ’45 al ’55, el de los ‘70), con consecuencias enormes y palpables. Muy otros indicadores de empleo, de distribución del ingreso, de amplitud de las coberturas sociales, del consumo, de la institucionalidad laboral. Mucha acción estatal hubo de por medio, potenciada por la enorme capacidad de adaptación y recuperación de los argentinos, en especial los laburantes. El hambre y el desempleo extendidos no son los primeros problemas de los estratos populares, ni de lejos. La comensalidad familiar se ha restaurado en gran proporción. Hay un gobierno legitimado y activo, que coexiste con organizaciones sociales vitales y empoderadas. Algunas lo apoyan y sacan ventaja de ello, otras se le oponen y saben exigir desde la vereda de enfrente.

La clase trabajadora amplió sus fronteras, se ha estratificado, cunden a su interior nuevas desigualdades, ignotas en el siglo XX. Quienes se armaron en algunos barrios para defenderse de “los otros” son parte de esa problemática, densa hasta para describir.

Los saqueos irrumpen en ese marco aunque vale subrayar que no innovan del todo. Las Navidades son, año tras año, fechas duras y de reclamos, de incentivación al consumo, para algunos imposible de satisfacer. En Bariloche o en el conurbano hubo episodios anticipatorios de saqueos o reclamos de comida, sincerados por los propios intendentes.

Una jornada muy reciente anticipó, en la propia Capital, ingredientes que se replicaron ahora. La protesta ante la Casa de la Provincia de Tucumán mostró grupos políticos aguerridos y con aguante, dispuestos al enfrentamiento físico contra una policía autolimitada a elegir entre la pasividad cómplice o un salvajismo carente de profesionalidad. La celebración de la fiesta de los hinchas de Boca se transformó en un festival de vandalismo de grupos marginales ni masivos ni desdeñables en su cuantía y en su capacidad de depredar.

Los saqueos quizá no debieron sorprender tanto, sobre todo a las autoridades políticas y a las organizaciones que cubren “el territorio”. Pero sorprendieron.

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Las primeras movidas: Los primeros saqueos los produjeron grupos organizados, con objetivos precisos. El cronista no cree en la tipología que propone categorías excluyentes: “O vándalos o ladrones o pobres con necesidades”. Le resulta primaria y esquemática. Tampoco supone que robarse un plasma o un LCD comprueba la ausencia de necesidades básicas: el mejor libro sobre los saqueos de 2001 (La zona gris, del sociólogo Javier Auyero) evoca que en ese momento también hubo quienes se alzaron con bienes durables, incluso entre los más necesitados. Pero, más vale, nadie puede llevarse muchos aparatos de tevé en las manos o en un changuito del súper. La organización se patentiza en la abundancia de autos o bondis, algunos de los cuales se metían de culata en los negocios, dando cuenta de cierta práctica y decisión.

Las convocatorias a través de redes sociales o del (más eficaz en barrios populares) “boca a boca” son otro clásico acunado en 2001 que movió a gentes del común, tentadas por la posibilidad de agarrar algo. O, aún, por las promesas de repartos voluntarios en determinados supermercados, práctica que tiene precedentes cotidianos y que las autoridades municipales suelen pedir. El muy mediocre intendente de Bariloche, Omar Goye, divulgó esa demanda días antes y “denunció” que sólo le habían respondido con un 12 por ciento de lo que consideraba justo o necesario.

La suma de acción directa (concertada y con saberes), el uso del rumor para “hacer masa” fueron el primer tramo, innegable.

Las acusaciones cruzadas entre el Gobierno y el moyanismo tienen el factor común de reconocer la intencionalidad y direccionalidad de los saqueos iniciales. La misma jerarquía de la Iglesia Católica, para nada concesiva con el Gobierno, señaló la misma matriz por boca del obispo Jorge Lozano, titular de la Pastoral Social.

Luego, en oleadas, se produjo el contagio que, ya se dijo, fue incitado en parte. Pero básicamente, como explican al cronista referentes sociales y políticos del kirchnerismo bien anclados en el conurbano, pronto se “prendieron los pibes de la esquina” (ver asimismo nota aparte). Y, con otros modos, vecinas y vecinos.

Cerca de quinientas personas fueron arrestadas en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. Se las mantuvo detenidas, se las interrogó. Cuando se difunda la nómina de edades, sexos, de los barrios en los que viven podrá tenerse una muestra significativa de los “que fueron a los saqueos”. Con la presencia ostensible de jóvenes que son mayoría entre los heridos, el cronista se permite suponer cuál será el mapa de los que salieron, que trascenderá a militancias o grupos de choque preparados.

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La chispa y la pradera: La chispa se encendió adrede, con notorios objetivos políticos, cuestionables por donde se los mire. La violencia, la promoción irresponsable de insurrecciones son mala praxis en democracia. Nada hubo de repa-rador ni de emulación de Robin Hood. Los robos afectaron más a pequeños comerciantes que a los poderosos, fueron agredidos laburantes, se incendiaron autos ya venerables de empleados de los negocios. No hay atenuantes ni justificaciones para esas tropelías.

De cualquier forma, es forzoso preguntarse por qué se prendió fuego la pradera y hasta dónde se propagó. Un diagnóstico hoy día es precario: habrá que ver si hay rebrotes a partir de mañana. Con esa reserva, insinuemos que hubo adhesiones de “gentes de a pie”, que se fueron diluyendo con el correr de las horas, una diferencia enorme con las irrepetibles jornadas de once años atrás. La huella de esa segunda tanda fueron, ahora sí, los changuitos que se dejaron ver vacíos, al fin de las jornadas en barriadas populares. Testimonian que hubo quienes fueron a poncho a llevarse algo o a recibir lo que estaba prometido y se embroncaron ante la frustración.

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De ayer a hoy: En el 2001 había millones que, valga la paradoja retórica aparente, estaban “jugados” porque no tenían nada que perder. Ese escenario es distinto, muchos menos están tan desprotegidos en buena hora.

El motor de los que salieron “por contagio”, cabe inferir, no fue el hambre, ni necesidades primarias mayormente paliadas o cubiertas. Esta es la etapa de las demandas de segunda generación: vivienda, transporte, ingreso digno y estable, atención médica eficiente y digna.

En todas subyace un reclamo de igualdad o así fuera de un cachito de equiparación. Seguramente los de “más abajo” observan al mundo de los más pudientes pero también al de compañeros trabajadores que ocupan posiciones más seguras. El hiato entre los laburantes formales y los informales es una marca de época, que presumiblemente se agrandó en un año de crisis. El estancamiento económico, con inflación subsistente, castiga de modo distinto a quienes conservan empleo y recursos para “remarcar” sus salarios versus aquellos que changuean, viven al día, no tienen cobertura de salud ni vacaciones pagas.

La distancia respecto de las clases medias acomodadas y altas es inmensa. El efecto demostración seguramente choca a quienes (en Rosario, en la línea de la Panamericana, en Bariloche) viven cara a cara con sectores opulentos. Es posible que haya acostumbramiento a ese “paisaje” en el cotidiano, dominado por el trabajo y el afán de subsistir con dignidad. Las fiestas y el balance de fin de año pueden descompensar, máxime si hay estímulos externos. También es imaginable que malarias coyunturales agraven el panorama: inundaciones en Rosario o en algunos partidos bonaerenses, las no curadas secuelas laborales y económicas de la ceniza volcánica en Bariloche.

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Lo acumulado y las nuevas necesidades: La política social y laboral del kirchnerismo es un pilar de su popularidad. Un cambio de paradigma que sus adversarios no saben reconocer y cuya continuidad no prometen, lo que seguramente hiere sus perspectivas políticas.

La enumeración de las medidas más entusiasmantes es tópica y puede ser monótona. El cronista resalta entre las más propicias:

- Las paritarias libres con aumentos continuos.

- La ampliación de las jubilaciones a quienes no tenían aportes suficientes, a las amas de casa, a las trabajadoras domésticas, redondeando una cobertura cercana a lo universal.

- La Asignación Universal por hijo (AUH), que supuso el reconocimiento de los límites de políticas de matriz laborista.

Millones de ciudadanos y ciudadanas tienen alguna forma de cobertura social, un universo impensable una década atrás. Los avances logrados generan una realidad distinta, de la que emergen nuevos conjuntos de necesitados.

Por no mencionar más que algunos:

- Los trabajadores o trabajadoras que se jubilarán, digamos, en los próximos diez años sin tener aportes bastantes. Son víctimas de las crisis, de la desocupación o la informalidad. Incluirlos exigirá un esfuerzo fiscal congruente con los ya realizados, muy arduo de emprender. Hay quienes despotrican contra la cobertura a los más desfavorecidos por el mercado laboral. El cronista discrepa con esa visión individualista y encomia las propuestas oficiales. Habrá que ver cómo se fondean, no será sencillo.

- Los jóvenes que ni estudian ni trabajan o que lo hacen a medias.

- Los beneficiarios de la AUH, que necesitan una actualización regular de su mesada, tal vez con mecanismos semejantes a los que usan con las jubilaciones.

Mucha inventiva y mucha plata son necesarias para afrontar tamaños retos. Varias acciones del kirchnerismo afirmaron políticas universales o cuasiuniversales. Su propia dinámica reveló zonas desvalidas o mal cubiertas. En la coyuntura, explican académicos y funcionarios adentrados en los problemas, acaso sea imprescindible “focalizar para universalizar”. O sea, detectar a quienes están desamparados o imperfectamente cubiertos para dar luego con políticas extensivas que reconstruyan el tejido social. Conformarse con lo conseguido, traducir la meseta como cima, es una forma de resignación.

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Sintonía fina y mediano plazo:Retomemos y glosemos algunos hilos de esta nota. La muerte violenta es un límite, que debería ser infranqueable. Las de Silvina Barnachea (desangrada) y Luciano Carrizo (baleado) deben ser investigadas a fondo y resueltas sin dejar dudas. La regla general es que las fuerzas de seguridad cometen la enorme mayoría de los homicidios, en situaciones similares. La tendencia no resuelve un caso en particular, pero es forzoso tomarla en cuenta para pesquisarlos a fondo.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner indicó que el 2012 debía ser el comienzo de la sintonía fina. En el balance del año, da la impresión de que el Gobierno, en promedio, no le ha tomado la mano.

Sus mejores desempeños se han dado en medidas importantes, algunas de tremendo valor político y simbólico, cuya concreción se medirá en el mediano plazo y no en lo inmediato.

YPF, la reforma del Banco Central, el keynesiano plan Pro.Cre.Ar. darán frutos el año próximo o más adelante. Todas son promisorias y coherentes con las mejores líneas maestras del kirchnerismo, el impacto en el bienestar de los argentinos será su mejor vara de medida.

Todo hecho social, deliberado o espontáneo, ilumina facetas de la realidad. Quienes quisieron probar que nada cambió desde 2001 al promover o describir los saqueos yerran de lo lindo u obran de mala fe.

No son un ejemplo ni un espejo donde mirarse.

Un deber de todos los argentinos, empezando por el Gobierno, es repasar sin anteojeras la condición social de los argentinos a fin del 2012, dar cuenta de las dificultades, las desigualdades y las tareas necesarias. No para flagelarse ni para resignar las banderas votadas por las mayorías. Sí para aggiornarlas y aplicarlas a los años por venir.

GB

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