lunes, 25 de febrero de 2013

LOS TRENES DEBEN SER GESTIONADOS POR EL ESTADO

Opinión: Los trenes deben ser gestionados por el Estado El autor de la columna propone la recuperación de los ferrocarriles, privatizados en los 90. Por Juan Ciucci I “Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaran en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine.” Artículo 40 de la CONSTITUCIÓN DE LA NACIÓN ARGENTINA, sancionada por la CONVENCIÓN NACIONAL CONSTITUYENTE el 11 de marzo de 1949. La participación del Estado en los resortes fundamentales de la economía es una de las bases fundantes del kirchnerismo. No siempre esa participación tiene que ver con el control operativo de esas empresas o recursos. El Estado está presente, controla la actividad, y marca las líneas políticas y económicas que debe llevar adelante el sector. Puede ser mediante un marco regulatorio, a partir de la sanción de nuevas leyes. Puede ser mediante un proceso de rescisión de contratos y de expropiación de las empresas. Pude ser a partir de acuerdos en los cuales se fijan las tarifas, y los papeles que cumplirá la parte privada y la estatal. En el caso de los trenes, y específicamente la línea Sarmiento, el acuerdo es de estos últimos. Pero vista la actualidad del servicio de transporte ferroviario metropolitano (y nacional, aunque no tratemos aquí el tema), consideramos que debe ser completamente nacionalizado. Deben dejarse caducas las concesiones, y asumir el Estado su operación. Especialmente en la línea Sarmiento, luego de la tragedia de Once. Por un lado, lo que desnudó la tragedia ocurrida el 22 de Febrero de este año fue la inoperancia del operador privado, quien no sólo no pudo impedir un accidente de tamañas proporciones sino que no estuvo a la altura de la respuesta que exigía. La rápida intervención y suspensión de la concesión por parte del Estado, fue una cabal demostración de estas falencias. Pero por otro lado, demostró que esa respuesta tampoco estuvo a la altura de lo que demandaba la tragedia, y la sociedad que se vió sumamente compungida por el accidente. Que Ferrovías y Metrovías se hagan cargo del Sarmiento y Mitre (ambas eran operadas por TBA), es sólo una salida transitoria para el problema ferroviario. Similar a la aplicada con las líneas San Martín, General Roca y Belgrano Sur, cuando les fue quitada la concesión a la firma Metropolitano y cedida a la Unidad de Gestión Operativa Ferroviaria de Emergencia (Ugofe). Las responsables de esa empresa eran las compañías Ferrovías, Metrovías y TBA (desplazada luego de la tragedia de Once). Si bien esos servicios vieron una leve mejora, las condiciones en que se trasladan millones de ciudadanos sigue siendo deficiente y peligrosa. Es una solución intermedia entre la privatización y la estatización, que trae consigo las deficiencias de ambas experiencias. No es un detalle menor el problema de los tercerizados en el Roca, donde la Ugofe es la responsable por esta explotación “institucionalizada” de los trabajadores. Una empresa estatal, con un control estricto y eficiente como ha demostrado poder hacer el kirchnerismo, permite conquistar un espíritu de empresa nacional que logra potenciar las capacidades físicas de la empresa. Que los ferrocarriles vuelvan a ser nacionales, no es sólo un pedido de amplios sectores sociales, sino de los mismos trabajadores ferroviarios, que desde sus organizaciones sindicales y su experiencia laboral rememoran esos años como los mejores del sector. La debacle operada por el neoliberalismo sobre nuestros trenes, llevó aparejada tanto la perdida de puestos de trabajo como el atraso en miles de pueblos del país. La desmantelación de los talleres ferroviarios es un ejemplo de ello, donde podemos ver los cementerios de ese monumental trabajo en Liniers, Villa Lynch o Tolosa. Luego de la recuperación de nuestra línea aérea de bandera, fue fundamental la reconstrucción de la empresa como parte de nuestra soberanía y de nuestra identidad. Que tanto los trabajadores como los usuarios reconozcan el esfuerzo que significa para todos esta gesta, y su importancia estratégica. La recuperación de nuestros trenes también va en esa línea. Es un pedazo de nacionalidad, marcada a fuego desde su nacimiento con aquel Ferrocarril Oeste estatal, hasta su nacionalización en 1948 por parte del General Perón. El estado actual del transporte ferroviario es una afrenta a nuestro sentir nacional, una decadencia que presenciamos y nos duele profundamente. Sumado, claro está, a la deplorable manera en que nos acostumbramos a viajar, poniendo en riesgo nuestras vidas. Competitividad sin inversión en infraestructura Durante todos estos años de recuperación económica, la infraestructura del transporte metropolitano no se vió sustancialmente modificada. Y en el caso de los trenes, diríamos que casi no sufrió cambios. Seguimos viajando con los mismos trenes de hace 30 años, y en algunos casos aun más. En gran medida, esto implica un abaratamiento de la mano de obra, a partir de los bajos costos de transporte para la masa trabajadora. No hay dudas que el transporte urbano en la región metropolitana ha sido de los más económicos del mundo. Esto podría significar un avance, o una medida social fundamental en beneficio de los trabajadores. Sin embargo esto beneficia directamente a las empresas productoras, que es decir a la producción del país, en un momento de necesario empuje para salir de una de las crisis más profundas que vivió la Patria. Ese esfuerzo, claro está, lo llevaron adelante los trabajadores, algo no siempre reconocido. Somos quienes utilizamos los transportes públicos quienes soportamos estoicamente estas condiciones perniciosas, en pos de llegar a nuestros trabajos. Hemos comprendido, luego de ver por años cómo se vaciaban los trenes, que viajar peor significaba que cada día éramos más los que teníamos trabajo. Y que esos vagones atestados eran un símbolo de una Argentina que volvía a crecer. Hoy, 8 años después, no podemos seguir pensando lo mismo. Es tiempo que se mejoren las condiciones en que viajamos los trabajadores, que somos la inmensa mayoría de quienes utilizan los transportes públicos. En eso el tren es fundamental, ya que nos permite a quienes habitamos el conurbano bonaerense movilizarnos con rapidez hacia la Capital Federal, centro aglutinador (aun) del empleo. Sólo quienes viajan todos los días hacia la Capital pueden comprender la necesidad de esta mejora, y el hartazgo que experimentan los usuarios de trenes metropolitanos. Convivir con esa decadencia lleva a despreciar esas instalaciones, esos vagones vetustos, que no parecen pertenecernos. Esas empresas que hace años se han adueñado de lo nuestro, son las que nos obligan a transportarnos de manera inhumana, y que nos alejan de la concepción de un ferrocarril nacional. Todo esto no implica desconocer los enormes esfuerzos que el Estado Nacional viene llevando adelante desde 2003 para mejor el transporte ferroviario. Pero creemos necesario remarcar que sin una estatización del ferrocarril, esos esfuerzos terminan siendo vacuos, ante la inoperancia de las empresas privadas. Su única preocupación es por definición su ganancia, por lo que el servicio que prestan al pasajero pasa a un segundo plano. Lo que el Estado invierte, no le llega al usuario sino mediatizado por estos ineficientes concesionarios; llámense TBA, Metrovías o Ferrovías. Todos han demostrado su inoperancia, y su capacidad de dinamitar el sentir ferroviario, de un servicio fundamental de la Nación, parte de nuestro patrimonio y de nuestra soberanía. Estatizarlos significará una mejor utilización de los recursos que el Estado invierte, y permitirá que los trabajadores y los pasajeros podamos recuperar una identificación fundamental con este patrimonio nacional. Eso permitirá que los esfuerzos sean producentes, y que el servicio también sea una responsabilidad social.

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