viernes, 22 de marzo de 2013

PALABRA SANTA POR EDUARDO BLAUSTEIN OPINION

Palabra santa Por Eduardo Blaustein La elección del obispo Jorge Bergoglio como jefe de la Iglesia conmovió el tablero político nacional. Mientras los sectores de la oposición intentan capitalizar el discurso de Francisco. ¿Por dónde comenzar? ¿Por los asuntos terrenales de la política, siempre tocando bocina, o por los de la espiritualidad, que acaso aporten alguna serenidad? Por unos días ambas cosas se intersectan, cosa no habitual. Tres planos se superponen tras la unción como Papa del cardenal Jorge Bergoglio, trasmutado en Francisco. La primera: más allá de las posiciones que se puedan tener en relación con la Iglesia como institución, es evidente que se palpa la muy respetable emergencia de una pulsión atávica y profundamente humana en torno de valores compartibles: hermandad, cercanía, solidaridades. Hay a la vez una fabulosa operación, que se entrevera con la esperanza y el deseo social, de santificar verticalmente al nuevo Papa. Y derivada de esa operación, en la Argentina, hay una intención previsible y evidente de convertir a Francisco en el referente del Bien opuesto al anticristo kirchnerista. Como si de dogma se tratara, desde ahora mismo, desde el primer día, todo lo que diga el Papa será usado contra el kirchnerismo y por ser papal la palabra será santa e infalible. Éste será el intento Habrá que ver en primer lugar si Francisco –un enorme político– se deja usar por otros. Habrá que ver si las agendas vaticanas –mucho más complejas y febriles– le dejan tiempo y energías para dedicarse a la Argentina, aún cuando apele a sus mediadores. Habrá que ver si el Papa, obligado a manejar una agenda global para 1.200 millones de católicos, no opta por sintonizar, aunque sea muy moderadamente con los vientos de cambio que desde hace más de una década soplan en América latina a favor de los pobres. Y habrá que tener en cuenta que, por poderoso que sea el Papa, su voz jugará en escenarios cruzados por múltiples fuerzas en acción. Con su sencillez, con su sonrisa, con pequeñísimos gestos, con gran habilidad, con ese no sé qué de los argentinos a la hora de acortar distancias para establecer modos coloquiales –es decir con muy poco–, al Papa le sobró para poner distancias con los modos medievales y monárquicos de su antecesor y del Vaticano en general. Y para ponerse a la feligresía en el bolsillo. Con ese poco y algo más, si realmente se atreve (y si lo dejan) a acercar a la Iglesia a sus fieles, si transparenta las finanzas, si combate la pederastia, si dice un par de cosas sobre la pobreza y las injusticias en el mundo, armará un pequeño revuelo. Pero eso será en el mundo, no necesariamente en la Argentina. Y el Papa estará ocupado con el mundo. Ilumínanos Que la oposición política y mediática vaya a querer hacer de la palabra del Papa palabra de Dios en la tierra de la política no necesariamente será responsabilidad de Francesco, sino de quienes desde hace años necesitan sostenerse y constituirse en una autoridad simbólica superior, la que ellos no emanan. Pero aunque consiguieran en parte ese objetivo, seguirán confrontando con sus limitaciones. Porque, a contramano de lo que sostienen los discursos anticlericales más primarios, la Iglesia es enormemente compleja. Es, por empezar, mucho más que el Vaticano o que las cúpulas eclesiásticas. Se sabe que iglesia es también asamblea, pueblo de Dios, sociedad. Más de un estudio demostró que los creyentes argentinos se dan gigantescos niveles de autonomía en sus prácticas cotidianas, como mínimo respecto del dogma, pero también del discurso oficial de la Iglesia. Una enorme porción son críticos de las muchas cosas que se recordaron en estos días: una Iglesia rica, ostentosa y ajena, oscuros asuntos financieros, Vatileaks, pederastia como mal sistémico, celibato y el tristísimo rol asignado a las mujeres. Unos pocos cuadros ayudan a retratar estas complejidades desde el fondo de la Historia. Las primeras reacciones dentro de la propia Iglesia contra el enriquecimiento de la institución datan al menos del siglo XIII e influyeron fuertemente en el movimiento de la Reforma (es decir que el discurso del nuevo Papa sobre una Iglesia pobre carga una deuda de al menos ochocientos años). Uno de los países europeos más fieramente católico, España, fue el que parió las culturas más fieramente anticlericales, no sólo las encarnadas en los anarquistas. El fervor religioso del Satán Hugo Chávez y de su sucesor Nicolás Maduro –o el de Rafael Correa– son parte del mapa, al igual que las convicciones de nuestra presidenta, renuente a extender la despenalización del aborto. La cúpula eclesiástica se quedó sola y a la defensiva cuando se debatió la ley de Matrimonio Igualitario. Señal de que los tiempos cambian y la secularización avanza: fue más resonante el papel de los obispos cuando se opusieron a la Ley del Divorcio en tiempos de Raúl Alfonsín, o cuando hablaban de “democracia pornográfica”. Diálogos Contra la operación de ser convertido en anticristo, el kirchnerismo reaccionó con buenos reflejos y –acaso más importante– desde su propia diversidad. El encuentro de Francisco con la presidenta vino a poner paz y amabilidades allí donde algunos ya proponían Guerra Santa. Mediante esa misma Cruzada se pretendió decir que sólo el kirchnerismo se atrevió a hablar de la mancha negra que pesa en la biografía del Papa, el caso de los sacerdotes Francisco Jalics y Orlando Yorio, secuestrados por la dictadura. No se trata de un discurso ideológico, sino de datos reales sometidos al debate público no por “el kirchnerismo” sino por un periodista respetado. Además, avalado por un conocedor del tema y opositor por izquierda al gobierno, Luis Zamora, abogado en la causa ESMA. Ese episodio seguramente no traza un retrato completo ni justo sobre Bergoglio. Hay quienes con excelentes credenciales –como Alicia Oliveira, antigua abogada del CELS– han mostrado que el Papa intervino para proteger y hasta salvar a personas vinculadas con la Iglesia. Esto recién empieza y acaso derive en procesos impensados. El encuentro de Cristina con el Papa –delicadeza del primero– mostró que el gobierno sabe abrirse cuando debe abrirse y dialogar cuando hay que dialogar. Era obvio que debía ser así y más con una Presidenta muy creyente. Quizás este asuntito de la suavidad en los modos suceda con más frecuencia. Quién sabe si acaso no venga un tiempo de mejores serenidades. Fuente: Especial para Diario Z

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