domingo, 28 de abril de 2013

EL MENSAJE DE MAURIZIO

El mensaje de Mauricio Por Daniel Cecchini dcecchini@miradasalsur.com La implementación de políticas neoliberales tiene, llegado un punto, como condición necesaria la represión de la protesta. La Argentina tiene experiencia en la materia: primero con la última dictadura, cuyo plan sistemático de eliminación de la disidencia política y social fue funcional a la aplicación de los lineamientos económicos del reagan-thatcherismo; y después con el menemismo y su coletazo delarruista, cuando la resistencia de los crecientes sectores excluidos por las políticas diseñadas por el Consenso de Washington fue reprimida salvajemente. La Europa actual –con España y Grecia a la cabeza– confirma una vez más esa articulación de hambre y sangre en el marco de la destrucción del Estado. En un país que hoy camina en sentido contrario, la represión ordenada por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y perpetrada por su Policía Metropolitana en los terrenos linderos al Borda, así como sus verdaderos motivos, muestran cuál es el modelo alternativo que pretenden imponer la derecha vernácula y sus titiriteros mediáticos. Pero lo del jueves no fue un descuido –o un “exceso”– del gobierno porteño, que puso en evidencia algo que hubiera querido ocultar. Fue todo lo contrario: Macri quiso dar un mensaje con una enorme carga simbólica. En el universo neoliberal –y en su vernácula expresión macrista– las propiedades del Estado son, por sobre todas las cosas, materia de potenciales negocios. En el caso de los terrenos del Hospital Borda –además de tratarse de un negocio de 370 millones de pesos que favorece a tres empresas amigas del Gobierno de la Ciudad–, el simbolismo es extremo. Primero, porque se trata de terrenos declarados patrimonio histórico nacional, lo que impide cualquier intervención sin la autorización del Ministerio de Cultura de la Nación. Macri lo pasó por alto. Segundo, porque tampoco se había resuelto –como sostuvieron el propio Macri y otros funcionarios porteños– la medida de protección judicial sobre el predio. Macri la ignoró. Así lo confirmó la Cámara en lo Contencioso Administrativo la misma noche del jueves. Por eso, el jefe de Gobierno, uno de sus ministros y el procurador general fueron multados y serán denunciados por “desobediencia a un fallo judicial” e “incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Y tercero, por tratarse de un predio destinado al tratamiento y la recuperación de excluidos de la sociedad. Para decirlo claro, para Macri era necesario rajar a los locos –que, para su mirada neoliberal, no sirven para nada– y así poder concretar un negocio empresarial. En su Historia de la locura en la época clásica, Michel Foucault cuenta cómo en la Alta Edad Media los predios de los leprosarios –lugares de exclusión– se transformaron en fuente de ingresos para los monarcas y los señores feudales. De alguna manera, Mauricio Macri –como antes Carlos Menem– reproduce esa mecánica, ahora en tono neoliberal. Le faltó, eso sí y siguiendo al filósofo francés, una nave de los locos para meter a los pacientes del Borda y rajarlos de la ciudad remontado en Riachuelo.,para poder usar libremente los terrenos. Para que esté más buena Buenos Aires. La Policía Metropolitana fue el instrumento. Entró al predio sin orden judicial y oculta por las sombras de la madrugada, violando la prohibición constitucional de la nocturnidad en los procedimientos. Montó un operativo, por lo menos desmesurado en cuanto al número de efectivos y su armamento, para proteger el accionar de las empresas. Pero no era suficiente: había que dar una señal. Por eso lo brutal de la represión. Que del lado de los manifestantes hubiera piedras y palos no justifica la salvaje, desproporcionada y deliberada actuación policial. Las fuerzas de la Metropolitana rompieron el protocolo al disparar las balas de goma al cuerpo de los manifestantes –y de periodistas, pacientes y curiosos– en lugar de tirar al suelo para que reboten y cumplan con su objetivo disuasorio sin causar mayores daños. Agredió a pacientes psiquiátricos que estaban completamente indefensos. Presionó, intentó amedrentar, golpeó, detuvo y amenazó a periodistas, reporteros gráficos y camarógrafos. Las imágenes son claras: las armas policiales apuntan a sus cuerpos. En su patética conferencia de prensa, Mauricio Macri intentó evadir dos preguntas que eran de cajón: quién había ordenado semejante operación represiva y quién había dado la orden de disparar. Con una torpe gambeta, respondió que los policías también son trabajadores y que habían reaccionado ante las agresiones de los manifestantes. Si esto fuera cierto, habría que disolver la Policía Metropolitana por dar semejante muestra de falta de profesionalismo, ineficacia y peligrosidad al “reaccionar” en lugar de cumplir con sus funciones. Por eso, algo más despierto que su jefe, el ministro de Seguridad, Guillermo Montenegro, prácticamente le sacó el micrófono para asumir la “responsabilidad política” de esas acciones. También habló de investigar “excesos” en la represión, una expresión de terribles resonancias para los oídos de los argentinos. La verdad es otra: a la Policía Metropolitana se le ordenó actuar de la manera en que actuó, con la brutalidad con que lo hizo. Miradas al Sur pudo saber que la orden vino de las oficinas del propio jefe de Gobierno (ver nota de Eduardo Anguita en estas páginas). Porque el jueves, en los terrenos del Borda, Mauricio Macri –hombre de pretensiones presidenciales– quiso enviar una imagen electoral a los argentinos. La del país que promete. 28/04/13 Miradas al Sur

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