sábado, 25 de mayo de 2013

Periodismo de mierda, parte 3

Trampa estilo Kovadloff Entre los intelectuales que, con la careta de los buenos modales cívicos contribuyen a la crispación y al odio divisor de la sociedad argentina actual (crispación y odio que por otro lado ellos todo el tiempo denuncian “dolidos”), está el pulcro Santiago Kovadloff. El bueno de Santiago es alguien que se deja llamar filósofo y practica con la eficacia de pocos una trampa alevosa. Por ejemplo, para ejecutar su crítica sistemática al gobierno “hace como que” crítica la ferocidad y el odio intolerante de sectores de la oposición. Un ejemplo: en su artículo “La intolerancia no tiene ideología” (publicado en La Nación del viernes 8 de febrero de 2013) hace como que crítica la metodología del escrache. Usa el escrache consumado sobre Axel Kicillof para afirmar, ya desde una ventana de su artículo, que “los agresores de Axel Kicillof se parecen a los peores devotos del oficialismo”. Kovadloff, con buenos modales, educadamente, atravesado de “dolor”, se lamenta por los escraches, pero enseguida da una vuelta de carnero y utiliza ese lamento para bajar línea. Dice: “El escrache es una práctica seudopolítica que la presidenta de la Nación no desconoce ni como víctima ni como promotora. Es comprensible, aunque resulta inaceptable que la bajeza de algunos traspase los límites que impone su investidura para darle a conocer su descontento.” A continuación Kovadloff compara, mide con la misma vara, el escrache padecido por Kicillof en un barco, con sus hijos niños delante, y el padecido por el doctor Nelson Castro, al que con correctas maneras se le negó la posibilidad de comer un sándwich en un café. (Doctor, se le pasó decir si de miga o de pan árabe, el sanguchito.) Kovadloff hace “como que” se lamenta por los escraches violentísimos de la oposición. Pero en el fondo termina por justificarlos cuando argumenta que proceden así, salvajemente, cobardemente, porque están “hartos de verlo (al gobierno) jugar con la Constitución como si se tratara de un fetiche. Hartos de ver sus bolsillos esquilmados por una inflación renegada y un encierro en la irrealidad de nuestra moneda que no disimula lo espurio del interés que mueve a sus promotores. Hartos de la inseguridad, de la explotación de los que poco y nada tienen.” El recurso de Kovadloff se agazapa debajo de su escritura pulcra, o de su decir con voz aterciopelada por la tristeza de lo que nos denuncia preclaro, para alumbrar nuestra ceguera de ciudadanos de un país en persistente decadencia. Siempre son inalterables sus buenos modales; se relame en su buena educación, en su sintaxis bien domada. La trampa de Kovadloff consiste en ese “hacer como que” crítica a todos lo escrachadores por igual. En el fondo lo que finalmente hace es valerse de una formidable excusa para apuntarle a “un gobierno que enseña a mentir y a despreciar”. Con una mesura que subterráneamente también esconde crispación, Kovadloff está significando que la culpa de estos escraches la tiene el gobierno. Con un tiro por elevación, criticando a los salvajes escrachadores de la oposición, los justifica. No dice “es inaceptable”, y punto. Dice “Es comprensible, aunque resulta inaceptable”. Poco falta para que caiga explícitamente en el “por algo será” patrio aplicado a esos “comprensibles” escraches. A sus reflexiones, siempre bieneducadas, Kovadloff las atraviesa con un cierto vientito de pensador dolorido. El doctor Nelson Castro, que también gusta jugar a “la objetividad”, en otra gran interpretación actoral suya, ciertamente conmovedora, memorable, se lo reconoció en su programa vespertino de radio Continental, cuando (respondiendo a una crítica que le hizo Ricardo Forster) dijo que Santiago Kovadloff en su voz trasuntaba “un inconmensurable dolor”. (Joder, ¡cómo les duele la patria a estos peritos en tolerancia cívica!).

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