domingo, 30 de junio de 2013

Sergio Massa y la Embajada Por Roberto Caballero PRIMERA PARTE

Sergio Massa y la Embajada Por Roberto Caballero El primer fracaso de su estrategia: no sumó kirchneristas arrepentidos a su lista. Biografía de un candidato narcisista que usaba a la embajadora de EE UU como confesora. Las revelaciones de Wikileaks. La candidatura de Sergio Massa es fruto de la autopercepción exageradamente positiva que el propio candidato tiene de sus posibilidades electorales en un escenario de supuesto fin de ciclo que por ahora existe en las tapa de los diarios opositores Clarín y La Nación, y adquiere frondosas certidumbres en un terreno personalísimo y extendido: el del propio narcisismo massista. No hay mucho más que una egolatría desbordada, alentada por encuestas pagas y azuzada a conciencia por la prensa hegemónica, detrás del lanzamiento del Frente Renovador del intendente de Tigre. Hablar de "corazón peronista y cerebro modernista" para tratar de contener la alta imagen que cosechó con algo de astucia mientras no se definió en todo este tiempo como kirchnerista o antikirchnerista a través de sus apariciones en Crónica y América TV, es una táctica sin horizonte estratégico. Porque una cosa es la buena imagen, otra cosa es la intención de voto y otra, muy distinta, es la votación de verdad, el día que se habilitan las urnas. Massa entró a jugar en la cancha con estudiada delicadeza pero amenaza con transformarse en un gliptodonte en una cristalería en cualquier momento, y cuando eso suceda va a ser muy raro que pueda contener a sirios y troyanos en un mismo proyecto. Si elige un perfil filokirchnerista, siempre hablando en términos de marketing político, pierde el voto opositor y beneficia a Francisco de Narváez, el único verdaderamente preocupado por su lanzamiento. Si su propuesta es netamente opositora, en cambio, resigna los votos del kirchnerismo social e inorgánico, que es mucho, aun en su distrito. Cuando se defina, entonces, Massa no va sumar. Va a restar. La lógica "ni K ni anti-K", en las zonas donde el massimo se haría fuerte, en teoría, como la franja norte del Conurbano Bonaerense, no funciona para asegurarse mayorías. Allí el voto se divide entre los furiosamente kirchneristas y los igual de furiosos pero antikirchneristas. Una propuesta sosa que atraiga a los menos decididos de ambos bandos se queda con los menos, no con los más. Así fue la experiencia de Hermes Binner y el FAP en la última elección. El mismo análisis equivocado hizo Alberto Fernández cuando abandonó el barco oficial, y lo único que pudo construir fue un fantasma de sí mismo que deambula por los pisos de los distintos programas de TN, hablando para adentro. No es tan sencillo construir algo como el poskirchnerismo, entendido como un espacio que contenga lo mejor de los últimos diez años y formule, a su vez, una superación dialéctica de todo lo hecho. Para que esa propuesta funcione, haría falta un kirchnerismo acorralado, en desbandada, sin iniciativa, al que todo le sale mal y con certificado de defunción a la vista. Y eso, así, descarnadamente descripto, con el dramatismo que conlleva, aparece en las páginas, las fotos y los epígrafes de los diarios que Massa elige leer, pero su lista de candidatos dice otra cosa: no hubo migración de cuadros y referentes relevantes del kirchnerismo al massismo, como él esperaba o le hicieron creer en la previa. La realidad es que los resultados están muy por debajo de sus expectativas. Darío Giustozzi es un intendente aislado en Almirante Brown que acompaña al tigrense más por destrato del FPV que por convicción. José Ignacio de Mendiguren arrastra menos votos kirchneristas que Alfredo de Angelis. Es improbable que la periodista de Clarín, Mirta Tundis, tenga la capacidad de traducir rating en apoyo electoral. Más bien parece estar allí para garantizar la alianza propagandística con Héctor Magnetto. Jorge Macri y Gladys González –la cajera de Horacio Rodríguez Larreta– no encajan tampoco en el kirchnerismo arrepentido que apostaría por una etapa superadora. Héctor Daer, de la CGT de Antonio Caló, no mueve el amperímetro en ningún sentido. Y Felipe Solá, bueno, es Felipe Solá, un hombre astuto para asegurarse siempre una banca –ayer con De Narváez y Macri, hoy con Massa y Clarín–, que transita la escena política con una hibridez plausible, y personalmente efectiva. El supuesto progresismo lo expresa Adrián Pérez, el ex "lilito". En síntesis, el reclutamiento de Massa no exhibe figuras rutilantes que prueben la crisis en el espacio kirchnerista, del modo que la describen cotidianamente en sus columnas Joaquín Morales Solá, Julio Blanck o Carlos Pagni. ¿Dónde hay ministros, gobernadores y espadas oficialistas que se hayan pasado de bando? El huracán Massa es apenas un silbido en la oscuridad de la noche del antikirchnerismo desahuciado. El presunto kirchnerismo declinante es una fantasía basada en el artículo 90 de la Constitución Nacional. Como Cristina Kirchner no tiene reelección, su fuerza política languidece. No parece. La consistencia de su proyecto, la trasciende. El kirchnersimo es algo concreto, definible para el electorado. Se volvió atractivo para los que lo votan por convicción e igual de atrayente para los que sólo buscan una estabilidad conveniente. Ninguna oposición (ni la de Massa, ni la de De Narváez, ni la de Margarita Stolbizer) tiene esas cualidades: todas son más imprevisibles que el oficialismo. La de Massa es una propuesta gaseosa y mediáticamente instalada en algunas franjas que suponen que el Tigre es el Parque de la Costa. De jugar al fútbol en la Quinta de Olivos con Néstor Kirchner y ocupar la Jefatura de Gabinete de Cristina, partió luego a su exilio en el Delta para crear una Miami fulgurante de aguas barrosas y emprendimientos inmobiliarios fastuosos, ambientalmente nocivos, de la mano de su amigo Jorge O’Reilly, de la empresa Eidico S.A., con la cobertura mediática de Daniel Hadad, el hombre que maneja las cámaras de seguridad en todo su distrito. Es interesante volver sobre O’ Reilly. Protagoniza un capítulo revelador del libro ArgenLeaks, del periodista Santiago O’Donnell, que analiza los cables de la diplomacia estadounidense desclasificados por Wikileaks. En su página 209, puede leerse: "Otro cable filtrado por Wikileaks sugiere que, aún mientras estaba en funciones, Massa no ocultaba el profundo malestar que le causaba el gobierno del que formaba parte, y lo compartía abiertamente con su equipo de trabajo. El despacho cuenta cómo un asesor de Massa, Jorge O’Reilly, defenestró al gobierno delante de una delegación de inversores y de un diplomático estadounidense. Lo que más llamó la atención al autor del cable fue el lugar elegido para ensayar esas críticas, ya que O’Reilly las formuló en su propia oficina de la Casa Rosada." Y sigue así: "O’Reilly es un importante empresario inmobiliario de la zona norte, ex rugbier del Club Atlético San Isidro (CASI) y numerario del Opus Dei, que fue llevado al gobierno nacional por Massa como asesor ad honorem durante su paso por la jefatura de Gabinete entre julio del 2008 y julio del 2009. Según el cable de la reunión de O’Reilly con los estadounidenses, el asesor de Massa predijo un horizonte de devaluación, recesión y fuga de capitales para ese año 2009, escenario que nunca se materializó, contradiciendo las predicciones optimistas del gobierno. El entonces representante del gobierno opinó también que en la Argentina no había seguridad jurídica (….) O’Reilly señaló además que estaba a favor de un ajuste en las tarifas de los servicios públicos, cosa que hasta el día de hoy no ocurrió. (…) Al final de cable, a modo de conclusión, el autor destaca la sorpresa que le causó a la embajada escuchar a funcionarios criticar a su propio gobierno delante de extranjeros en la mismísima Casa Rosada." Esto último, vale una relectura. Y otra más: la mano derecha de Massa hizo sonrojar a los estadounidenses por su nivel de cipayismo. Es así: los estadounidenses no respetan a ningún representante gubernamental del capitalismo periférico, pero menos que menos a los que hablan en contra de su propio país. No les entra en la cabeza, porque ellos jamás lo harían. Es casi imposible encontrar republicanos o demócratas que hablen en contra de su propio presidente o de su Nación fuera de sus fronteras.

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