jueves, 25 de julio de 2013

Discurso de Dilma Rousseff, durante la ceremonia oficial de recepción de Francisco

Traducción de Santiago Gómez, discurso completo I Su Santidad Papa Francisco, señoras y señores, con gran alegría, Papa Francisco, le doy las bienvenidas a Río de Janeiro y Brasil. Es una honra para el pueblo brasilero recibirlo. Honra doble, tratándose del primer Papa latinoamericano. Su Santidad, Brasil y sus más de 50 millones de jóvenes acogen, de brazos abiertos, a los peregrinos de decenas de países que vinieron a esta gran celebración que es la Jornada Mundial de la Juventud. Saludo en particular al gobierno del Estado de Río de Janeiro, a la prefectura de Río de Janeiro y a la Arquidiócesis de Río de Janeiro, a quien agradezco los esfuerzos dedicados que hicieron posible este gran evento. La presencia de Su Santidad en Brasil nos ofrece la oportunidad de renovar el diálogo con la Santa Sede y pos de valores que compartimos: la justicia social, la solidaridad, los derechos humanos y la paz entre las naciones. Conocemos el compromiso de Su Santidad con esos valores. Por su sacerdocio entre los más pobres, que se refleja hasta en el mismo nombre escogido como Papa, un homenaje a San Francisco de Asís, sabemos que tenemos delante de nosotros un líder religioso sensible a los deseos de nuestros pueblos por justicia social, por oportunidades para todos y dignidad ciudadana. Luchamos contra un enemigo común: la desigualdad, en todas sus formas. Esa convergencia orienta el diálogo del Estado brasilero con todas las religiones, un diálogo marcado por el respeto y la libertad de creencias y de culto y por la convivencia con la diferencia. No podría ser distinto en un país que acoge y acogió todas las culturas y todas las religiones. En su discurso del 16 de mayo, vuestra Santidad manifestó preocupación con las desigualdades agravadas por la crisis financiera y el papel nocivo de las ideologías que defienden el empequeñecimiento del Estado, reduciendo su capacidad de proveer servicios públicos de calidad para todos. Manifestó su preocupación con la globalización de la indiferencia, que deja a las personas insensibles al sufrimiento del prójimo. Compartimos y nos juntamos a esa posición. Estrategias de superación de la crisis económica, centradas sólo en la austeridad, sin la debida atención a los enormes costos sociales que ella acarrea, golpearían a los más pobres y los jóvenes, que en todo el mundo las principales víctimas del desempleo. Generan xenofobia, violencia y desprecio por el otro. Brasil se enorgullece mucho de haber alcanzado extraordinarios resultados en los últimos diez años en la reducción de la pobreza, la superación de la miseria y en la garantía de la seguridad alimentaria a nuestra población. Hicimos mucho y sabemos que aún hay mucho por hacer. En ese proceso, hemos contado con la provechosa alianza con la Iglesia. Las pastorales católicas, por ejemplo, han sido importantes aliados del gobierno brasilero en la atención a los segmentos más vulnerables de nuestra población, como también en la promoción de la defensa de los derechos de nuestros niños y adolescentes, en la defensa de los derechos de las personas que viven en las calles, en la garantía de la dignidad de los derechos en las cárceles. Tenemos la intención de apoyar la diseminación de las experiencias brasileras en otros países. Ahora mismo, estamos comprometidos en el apoyo de la adopción de tecnologías sociales para mejorar la capacidad productiva entre pequeños agricultores en África, y para crear canales de comercialización que les permitan obtener resultados económicos más justos y adecuados, inclusive por medio de fortalecimiento de la alimentación escolar. Apoyamos también la difusión de programas de transferencia de renta, del tipo del Bolsa Familia, en varios países de África y de América Latina. Creemos que el apoyo de la Iglesia, apoyando esos procesos, puede transformar iniciativas aún puntuales en iniciativas globales, en iniciativas efectivas para garantizar la seguridad alimentaria y combatir la pobreza y el hambre en el mundo. Sabemos que el hambre y la sed de justicia son urgentes. La crisis económica que desemplea y quita oportunidades a millones en el mundo nos obliga a un nuevo sentido de la urgencia para combatir la desigualdad. La participación de Vuestra Santidad, un hombre que viene del pueblo latinoamericano, que vino de nuestra vecina hermana Argentina, agregaría más condiciones para crear una amplia alianza global de combate al hambre y la pobreza, una alianza de solidaridad, una alianza de cooperación y humanitarismo, diseminando las buenas experiencias, entre otras, obtenidas aquí en Brasil. Santidad, nosotros, los brasileros, somos mujeres y hombres de fe. La fe es parte indeleble del espíritu brasilero. Hablo de la fe religiosa y hablo también de la creencia que cada uno de nosotros, brasileras y brasileros, tenemos tanto en nuestra capacidad de mejorar nuestra vida, la creencia de que mañana puede ser mejor que hoy. Esa creencia que nosotros mismos y en nosotros mismos y en el otro es una de los rasgos característicos del pueblo de mi país. Sabemos que podemos encarar nuevos desafíos y hacer que nuestra realidad sea cada vez mejor. Ese fue el sentimiento que movió, por ejemplo, en las últimas semanas, centenas de miles de jóvenes a ir a las calles. La democracia, como sabe Vuestra Santidad, genera deseos de más democracia, y la inclusión social genera el reclamo de más inclusión social, la calidad de vida despierta deseos de más calidad de vida. Para nosotros, todos los avances que conquistamos son sólo el comienzo. Nuestra estrategia de desarrollo siempre va a exigir más, tal como quieren todos los brasileros y todas las brasileras. Exigen de nosotros aceleración y profundización de las transformaciones que iniciamos hace diez años. La juventud brasilera ha sido protagonista en este proceso y clama por más derechos sociales: más educación, mejor salud, movilidad urbana, seguridad, calidad de vida en la ciudad y en el campo, el respeto al medio ambiente. Los jóvenes exigen respeto, ética y transparencia. Quieren que la política atienda a sus intereses, a los intereses de la población y no sea territorio de los privilegios y las regalías. Desean participar de la construcción de soluciones para los problemas que los afectan. Los jóvenes quieren vivir plenamente. Están cansados de la violencia que muchas veces los convierten en las principales víctimas. Quiere terminar con toda forma de discriminación y ver valorizada su diversidad, sus expresiones culturales. Tal como en varios países del mundo, la juventud brasilera está comprometida en la lucha legítima por una nueva sociedad. Y este es un momento muy especial para la realización de esta Jornada Mundial de la Juventud. Potencia lo que los jóvenes tienen más valioso y re vigorizante, y eso lo estamos viendo aquí en las calles de Río de Janeiro: la alegría, el optimismo, la fraternidad, el coraje y los valores cristianos. Es una oportunidad para discutir y buscar todos los nuevos valores para renovar las esperanzas en un mundo mejor. Estoy segura que esta celebración de la juventud durará mucho más que los seis días de la programación oficial y perdurará en el corazón de todos los participantes. Sea bienvenido a Brasil, Papa Francisco. Sean bienvenidos jóvenes de todo el mundo. Siéntanse en casa en esta ciudad maravillosa que es Río de Janeiro y en todo Brasil, y llévense de aquí como mejor recuerdo el cariño de nuestro pueblo. Muchas gracias.

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