sábado, 28 de septiembre de 2013

"La dictadura tuvo un sesgo fuertemente anti-obrero y anti-sindical"

Entrevista a Victoria Basualdo, quien participó en el libro de Horacio Verbitsky Cuentas Pendientes. En esta oportunidad, analiza el rol de la cúpulas sindicales en el contexto previo y posterior al Golpe de 1976. alt Por Nahuel Placanica APU: La sensación que me quedó cuando leí su capítulo es que está escrito con mucho cuidado, sabiendo que se trata de un tema muy complejo. ¿Es así? Victoria Basualdo: La sensación que tenés es absolutamente correcta. Cuando me propusieron originalmente escribir sobre este tema lo pensé mucho, el papel de determinadas dirigencias sindicales en el proceso represivo es algo que fue apareciendo en los distintos casos y en distintas situaciones especificas, pero no existe hasta este momento un análisis abarcativo sobre este tema. Por lo tanto, una primera precaución tenía que ver con abordar un tema que no ha sido visibilizado ni abordado en profundidad, sino que fue tocado de manera secundaria en algunos trabajos específicos. En ese sentido, la estrategia fue abordar un caso emblemático sobre el que sí hay fuentes, documentación e interpretaciones previas que permiten hacer una aproximación fundamentada. Al mismo tiempo me parecían muy importantes varias cuestiones que trato de proponer al final del trabajo, que tienen que ver con la perspectiva, con cómo pensar este tema. Me parece que el objetivo del libro es justamente ver las complicidades económicas con las fuerzas militares, y creo que no es lo mismo hablar de las complicidades de sectores concentrados del capital, que tienen una determinada posición estructural, un determinado poder y que fueron claros beneficiarios de este proceso. Por su parte, hay sectores sindicales que tuvieron su participación, como en el caso emblemático que analizo, que es el de la dirigencia de SMATA (Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor) y en particular el papel de quien fue su Secretario General en el período represivo más crítico de mediados de los años 70, José Rodríguez. Pero hay que decir que el comportamiento de un sector de la dirigencia fue a contramano de otras actitudes y posiciones de un amplio arco de sectores del sindicalismo, que además fueron tremendamente castigados durante la dictadura. APU: Uno de los objetivos de la dictadura fue desmantelar ese movimiento sindical. V.B: Absolutamente, la dictadura tuvo un sesgo fuertemente anti-obrero y anti-sindical. Por eso, aunque sin dudas es importante y pertinente analizar el papel de un sector de las dirigencias sindicales, me parece fundamental al mismo tiempo evitar el peligro de la generalización, y de transpolación de estas actitudes a la totalidad del movimiento sindical (que ya de por sí es objeto de fuertes prejuicios y ataques). Tanto el movimiento sindical como los trabajadores, en especial los sectores combativos, fueron perseguidos y perjudicados en este período, a partir de políticas económicas, laborales y represivas. Que hayan existido dirigentes sindicales que traicionaron a su clase no debería oscurecer la relevancia central de la revancha clasista que se dio a partir del ’76 con la fuerte ofensiva del capital frente al trabajo, frente a la cual hubo un amplio arco de posicionamientos, incluyendo fuertes procesos de resistencia, lucha y organización obrera. APU: Usted identifica la emergencia de formas de disciplinamiento del Movimiento Obrero anteriores a la dictadura. ¿Cuándo ubicaría ese momento en que se empiezan a disciplinar ciertos movimientos de base? V.B: Es una pregunta interesante porque nos permite también retomar otra línea de discusión que también es espinosa, en relación con las líneas de continuidad y cambio respecto a la dictadura. En la actualidad hay una discusión muy grande en toda América Latina sobre las dictaduras latinoamericanas. Hay líneas interpretativas qué enfatizan los vínculos y continuidades respecto a etapas históricas previas y posteriores y, de algún modo, llaman a ubicar las dictaduras dentro de la dinámica histórica como parte de un proceso y no como un estado de excepción. Creo que esa es una operatoria correcta que además ayuda a detectar entramados sociales que sostuvieron las dictaduras, pero que al mismo tiempo hay que tener mucho cuidado y no diluir el peso de los cambios y de las características específicas de cada etapa. Ahora: ¿cuándo empezó el proceso de disciplinamiento? Diría que siempre se producen intentos de control y disciplinamiento dentro del movimiento sindical, ocurren rivalidades y cuestionamientos a determinados liderazgos que se van burocratizando y que dejan de representar los intereses de los trabajadores, y los trabajadores y militantes van buscando alternativas, que los que están en el poder buscan a su vez acallar o controlar. Esto es de alguna manera inherente a la dinámica interna de los sindicatos, y probablemente una gran cantidad de organizaciones e instituciones. Al mismo tiempo, creo que siempre han existido a lo largo de la historia del Movimiento Obrero corrientes combativas que ven en la acción sindical una forma de cuestionar al sistema en su conjunto, una vía de fortalecer a los trabajadores en un proceso de transformación radical de la sociedad. Por el contrario, hay otras corrientes que consideran a la acción sindical como un instrumento para la defensa de las condiciones materiales de la clase trabajadora, pero sin pensar en un cambio de sistema (y en muchos casos resistiendo activamente toda posibilidad de cambio de sistema). Pero aunque las pugnas internas- tanto dentro del movimiento sindical como de la clase obrera- siempre existieron y existirán, el grado de confrontación entre las corrientes auto-denominadas combativas y ortodoxas fue particularmente elevado e intenso en la primera mitad de lo años 70. Y esto ocurrió además en un contexto de fuerte avanzada de las fuerzas represivas contra los trabajadores. La represión a los trabajadores, particularmente a los combativos, no empezó el 24 de marzo, sino que hay avanzadas muy significativas en este sentido en el período ’74-’75. Al mismo tiempo, sin desmerecer el impacto y alcance de la represión en la etapa previa al golpe, me parece también que la dictadura tuvo una especificidad que es necesario ver, y que el 24 de marzo marca un cambio muy importante y significativo, por lo menos eso es lo que surge de mis investigaciones. APU: En relación a las corrientes combativas, ¿cuál es su extensión al interior del Movimiento Obrero? V.B: El movimiento combativo, que tuvo distintas vertientes y denominaciones (como el clasismo, por ejemplo) fue un movimiento extendido por todo el país, con algunos casos, como el de Córdoba (en gremios como Luz y Fuerza, liderado por el gran líder obrero Agustín Tosco y SMATA Córdoba, con René Salamanca a la cabeza), muy emblemáticos y más reconocidos. Lo que veo específicamente en el artículo es justamente la política de creciente disciplinamiento de la dirección nacional de SMATA, de José Rodríguez en particular, sobre los trabajadores y delegados de su gremio que se acercaban a las posiciones combativas. Un ejemplo muy claro es el de SMATA Córdoba, la seccional dirigida por Salamanca, que es un dirigente vinculado con sectores de izquierda, vinculado con una organización marxista y además maoísta. El artículo analiza el papel de Rodríguez en el desmantelamiento y represión a los sectores combativos en Córdoba. Además, lo vinculo con otro proceso posterior que ya no tiene que ver con Córdoba sino con los alrededores de Buenos Aires, como son los casos de Ford y Mercedes Benz, fábricas en las que los delegados y comisiones internas, a partir de un proceso de organización democrático de base, cuestionaron las políticas del SMATA regional, y hubo procesos represivos muy fuertes en los que la dirigencia del gremio tuvo un papel importante. APU: Un tema central tiene que ver con el rol que cumplieron las organizaciones armadas, en general relacionadas con los sectores combativos y la violencia política. Esa violencia marcó las pujas al interior del sindicalismo. V.B: Es muy importante tu pregunta porque no puede analizarse este grado tan elevado de confrontación entre las distintas corrientes sindicales sin tener en cuenta el papel y la inserción de la lucha armada en el medio. Efectivamente, no sería completo el panorama si no vemos que en el proceso de articulación de un polo combativo existen vínculos muy fuertes de estas organizaciones con las organizaciones político-militares. Al mismo tiempo, los sectores ortodoxos también tenían sus propios apoyos armados. A partir de los setenta, cuando la lucha armada comienza a desarrollarse más ampliamente, adquiere una vinculación muy fuerte con la lucha sindical. Entonces estos sectores combativos a los cuales nos estamos refiriendo, no sólo tienen relaciones con organizaciones marxistas sino también con sectores de la izquierda peronista y con las dos organizaciones guerrilleras más importantes: con el PRT-ERP y con Montoneros. En ocasiones estas organizaciones intervinieron en términos defensivos en favor de los trabajadores, en el medio de conflictos entre patotas sindicales o fuerzas parapoliciales, aportando fuerzas contra este tipo de ataques. Otras veces, sobre todo en el caso de las corrientes vinculadas al peronismo de izquierda, tuvieron también una política de asesinato de dirigentes sindicales. Esto es lo que sucede en el caso de SMATA. José Rodríguez asume como secretario general en el ‘73 en reemplazo de Dirck Henry Kloosterman, que es asesinado por la guerrilla. En todos los casos, la relación entre lucha armada y lucha sindical no fue fácil, estuvo cruzada de tensiones y contradicciones que es imprescindible analizar. APU: En el caso que usted analiza, el de SMATA, me llamó la atención que José Rodríguez utiliza un vocabulario similar al de los empresarios y la represión, como es el concepto de “guerrilla fabril”. V.B: Exacto, guerrilla fabril, lo que implicaba en ese momento señalar a los trabajadores combativos como un equivalente de la guerrilla, lo que abría el campo para una persecución y penalización acorde, que en esos tiempos tenía implicancias dramáticas. Eso es muy significativo, por eso digo que el caso de José Rodríguez fue emblemático y extremo. Estamos hablando de un proceso de lucha contra los sectores radicalizados que tuvo enormes consecuencias. Por ejemplo, en el caso de SMATA Córdoba, el desmalentamiento del sindicalismo combativo cordobés se da en 1974, de algún modo anticipa y prepara el terreno para la represión brutal posterior al 24 de marzo (en esa fecha lo secuestran a René Salamanca y desaparece para siempre). Luego está el avance en Tucumán, en el ’75, y luego el operativo en marzo del ’75 en Villa Constitución que buscó desmantelar todo el cordón industrial norte. El caso del SMATA nacional ejemplifica entonces esta línea de disciplinamiento de los trabajadores combativos y alineamiento con la patronal. En esto también interviene una dinámica de defensa de la propia posición. No son únicamente peones de la patronal: esto me parece que hay que pensarlo y ver cómo se trabaja a futuro, sobre todo en lo que se refiere a los sectores de la clase trabajadora que apoyan o toleran estos liderazgos. Me parece que los procesos de cambio social son procesos en los cuales no queda claro hacía dónde se va y qué implican esos cambios en términos de identidad obrera, y eso agita muchos miedos, muchos temores. Creo que, en todo tiempo y lugar, la relación entre trabajadores y empleadores es de una enorme complejidad. Hay que pensar esa relación salarial, esta cuestión de trabajar para una empresa que paga el salario al trabajador, que se define como trabajador de esa empresa, lo que se vuelve en constitutivo de su identidad. De esta relación depende que su familia acceda a la vivienda, escuela, salud, educación. De algún modo, la vida del trabajador está atada a este tipo de dinámica, a lo que se ve desde algunas perspectivas como una relación de mutua dependencia y necesidad entre capital y trabajo. Sectores importantes de la clase trabajadora enfatizan esto, y desarrollan una perspectiva que prioriza la convivencia y la conciliación entre capital y trabajo. Frente a esto, los sectores combativos ponen en el centro, no ya la interdependencia, sino la subordinación del trabajo al capital, poniendo en el centro la relación de explotación y proponiendo romper esas relaciones y generar algo nuevo. Desde esta perspectiva no hay interdependencia sino un claro choque de intereses entre capital y trabajo, por lo que se enfatiza la importancia y centralidad de la lucha y la confrontación. En resumen, creo que hay que analizar y estudiar, por un lado, el papel de un sector de la dirigencia sindical que promueve un alineamiento con la patronal y una defensa de la propia situación, también una posición ideológica y política. En el marco de este proceso de confrontación agudo traicionan su mandato básico de representar a los trabajadores, llegando incluso a la desprotección absoluta frente a la represión, o a la entrega y colaboración. Pero por otro lado, es necesario pensar también las tensiones y contradicciones dentro de la propia clase trabajadora, las grietas que permiten que se construyan y pervivan estos liderazgos, lo que se logra -por supuesto- con tácticas violentas y de disciplinamiento, pero también con formas de legitimación interna que creo que hay que abordar. APU: Ya en plena dictadura, ¿cómo se acomodan en ese escenario las cúpulas sindicales? ¿Cuáles son los que resisten y cuáles no? V.B: Claramente, hay un cambio muy radical en términos del panorama sindical pre y post golpe. Lo que vemos en la dictadura es que el mapa sindical ya no incluye a los sectores combativos, ya que la gran mayoría de sus militantes están desaparecidos, o fueron detenidos o están exiliados. Se ve, en todo caso, sectores que en otro momento hubieran sido más bien de centro, con fuerte diálogo con sectores ortodoxos del peronismo, caso Ubaldini por ejemplo. Con Ubaldini y con la Comisión de los 25 aparece un esbozo de resistencia y de diferenciación frente a la dictadura. Hay otros sectores, como los que luego se va a configurar en torno a la CNT (Comisión Nacional de Trabajo), que tienen una posición mucho más conciliadora frente a la dictadura. Algunos de estos dirigentes, como Triaca o Baldassini, van a ir al Juicio a las Juntas a decir que no se enteraron de la existencia de desaparecidos, cuando líderes sindicales, no ya combativos, sino incluso de las filas del peronismo más ortodoxo como Oscar Smith, estaban desaparecidos. Pero de todos modos creo que la cuestión de los cambios de la dirigencia sindical durante la dictadura merece más análisis y estudio. APU: ¿Por qué cree que el Movimiento Obrero no ha hecho una autocrítica en torno a estas cuestiones que hemos analizado? V.B: Quizás no hubo una autocrítica, pero sí hubo visiones críticas desde las propias filas del sindicalismo. Hay sectores importantes vinculados con la CTA que han analizado las distintas etapas históricas, los enormes desafíos, los errores y las traiciones que se han producido dentro del movimiento sindical. Me parece que también parte de la izquierda ha pensado esto. En el sindicalismo más afiliado al peronismo ortodoxo es más difícil hablar de estas cuestiones que involucran posiciones y actitudes que son difíciles de reconciliar con la defensa de los trabajadores. En muchos casos creo que hay un convencimiento ideológico y político, como decíamos en el caso de José Rodríguez. Consideran que dieron la pelea que había que dar, que parte de su tarea justamente era preservar al movimiento sindical y preservar a sus organizaciones de “los zurdos”, a los que consideraban un peligro y una amenaza. De todos modos creo que en términos de investigación académica es mucho lo que hay para hacer en este sentido y creo que gran parte del temor y de la precaución al encarar estos temas tiene que ver con encontrar el lugar de estas temáticas en una trama histórica compleja. Hay que ver las contradicciones al interior de los trabajadores, las distintas posiciones de las figuras sindicales en el contexto más amplio, sin perder nunca de vista la contradicción principal entre capital y trabajo que marcó a fuego esta historia.

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