domingo, 29 de diciembre de 2013

El efecto 2013

or Juan José Becerra. Escritor contacto@miradasalsur.com ¿Cuánto dura un año? No lo sabemos. No lo supo el novelista del tiempo, Marcel Proust, para quien la experiencia de la vida no bailaba la danza de la cronología; ni su maestro Henri Bergson, para el que un hecho que sucede hoy no dejará de suceder nunca. Así que no se puede decir que acaba de pasar 2013, última exhalación conocida de todas a los que no tiene acostumbrados la eternidad, sin advertir que este año, que no dejará de pasar nunca, quizás ya haya pasado antes. El primer ejemplo que se me ocurre para ilustrar con algunas manchas metafísicas este racconto es la operación de Cristina. Un golpe en la cabeza en agosto derivó en un hematoma subdural finalmente evacuado en octubre. Pero el hecho desencadenado fue el del tratamiento del caso por parte de periodistas patólogos, médicos eminentes egresados del ISER y mensajeros del futuro que vieron la oportunidad de emplear, mientras se atropellaban entre sí en la ronda de apuestas, las palabras “acefalía”, “descerebrada”, “estado vegetativo”, “desgobierno”, “renuncia”, “Síndrome de la Ubre”, etc. Para no ahondar en las olas de tweetitos, esas eyaculaciones precoces de tres tiros que marcan el paso del ingenio nacional ni, mucho menos, en los ya antediluvianos comentarios al pie de los diarios digitales que van armando delirios nuevos, a tal punto que si uno busca a Cristina por su nombre en Google, el primer puesto de la búsqueda relacionada es “Cristina Fernández de Kirchner es judía”, lo que no parece ser una indexación impulsada por sus fans. De pronto, una densa nube de interpretaciones neorrománticas se ramificaron y ya no estábamos en 2013 sino en 1975. En ese repliegue histórico, Cristina fue designada por alguien, durante la ausencia de su posoperatorio, como “la nueva Estela Martínez de Perón”, el título con el que les faltaba diplomarla a aquellos que le cuestionan hasta el aire que respira. Otra cosa es el infumable Caso Milani –hay que ser demasiado peronista de superestructura para entender eso–, pero rebajar a Cristina a la figura de una protegida de Roberto Galán, o insinuar que se “autooperó” para saltar por arriba del triunfo de Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires es no reconocer que hay algo que se llama cuerpo humano y del que, por el momento, los presidentes no pueden prescindir. Si para Eric Hobsbawn el siglo XX fue corto porque no se puede decir que haya comenzado antes de la Primera Guerra, ni que haya continuado luego de la caída de la URSS, el año político de la Argentina 2013 es el no va más de la brevedad. Empezó el 8 de octubre, el día que operaron a Cristina, y terminó el 29, cuando la Corte Suprema falló a favor de la ley de medios. En el medio, el triunfo de Massa comenzó a mover el bondi 2015. Sus efectos, ligeramente retardados, fueron la presentación de un par de ministros parlantes, especie que habíamos dado por extinguida. El año social, por decir así, duró un poco más. Cuanto menos, desde las inundaciones en La Plata del 2 de abril hasta los levantamientos policiales de diciembre. Pero todo eso, que se manifestó en 2013, fueron fenómenos acumulados durante varias épocas. Fueron hechos de espesor histórico. En primer lugar, la lluvia de doble pechuga que se desplomó en dos tandas de una hora cada una sobre La Plata tiene sus antecedentes lejanos en la primera ducha fría que recibió, hace millones de años, esta bola recalentada sobre la que estamos parados en falsa posición vertical. También de esa época –año más, año menos– son los desagües de la ciudad, constantemente colapsados por verdaderas selvas de propiedad horizontal que se fueron implantando en los últimos años entre canales del ancho de una manga de camisa. ¿Es justo decir que esa inundación ocurrió únicamente en un solo día de 2013? Lo mismo pasó con las paritarias “outdoor” de las policías provinciales. Aunque la extensión del rango de semejante asunto incluye una mayor cantidad de variables, todas originadas en causas remotas. Si hay algo que faltó en la crisis fue actualidad. Nada de lo ocurrido sucedió hoy. Más bien se viene desmoronando desde hace décadas. Tenemos desde bolsones enormes de policías híbridos –con dos empleadores simultáneos: el Estado y el mundo del delito, preferentemente en su modalidad narcogerencial–, hasta verdaderos ejércitos de proletarios, sin dudas los más numerosos, que cobran sueldos humillantes para un servicio que podemos resumir como de exposición constante a la muerte al voleo. Si pasamos a las novedades del fútbol, no se podría reportar ninguna sin caer en la exageración del “pasó algo”. Fue un año demasiado elástico que equivale a una Historia Universal del Tedio. Que haya habido un campeón –San Lorenzo– es una manera de decir que no se declaró desierto, cosa que sí ocurre piadosamente con otras competencias que castigan el demérito. Lo que sí duró cada día de la temporada 2013 –acá sí tenemos un año largo– fue la inflación, que corre sobre ruedas. Y con esto doy por finalizado el resumen de un año que empezó hace mucho y todavía no terminó, y que acepté hacer por estricta fidelidad a mi desconocimiento en la materia, y también con el fin de sentirme un gerente de noticias que dice “esto va”, “esto no va”, es decir, un editor de la memoria social en pleno ejercicio –arbitrario– de sus funciones. Pero, ¿cómo puede ser que me olvidé de Jorge Bergoglio, nombre secular del Pope Francisco? Tal vez no tuve en cuenta su figura porque todo va tan rápido que su unción gloriosa apenas alcanza a verse detrás de las montañas de comentarios asombrados y panegíricos que le sucedieron. Es como si hubiera nacido Papa. Pero, además, una pregunta: su papado, ¿es un hecho del calendario argentino 2013? No. Es otra cosa, una cosa global y trascendente. Tan grande y aceptable es la fuerza papal que sopla sobre la Argentina que parece proceder de una fuerza natural delicada, como una brisa “a punto”. De Jorge Bergoglio “do nascimento”, alias Francisco, se bifurcan dos sendas por las que discurren dos procesos paralelos destinados a la construcción de la imagen: uno va formando la imagen de la imagen en un sentido beatle (vuelta en Renoleta por el Vaticano, celebración de su cumpleaños con homeless, buena onda con los niños y los enfermos, rechazo a sentar su nalgamen en el trono de oro macizo, etc.); en el otro, se forma la imagen de las palabras (extraordinarias frases anticapitalistas, nada de vergüenza si se lo acusa de simpatizar con Marx, ataque frontal a los curas pedólatras, refreshing de los aspectos más socialistas del discurso cristiano, renuncia a juzgar a los gays “por lo que son”, etc.). Sin embargo, hay una tercera senda: la de los actos políticos puertas adentro, la rosca del poder religioso y lo que en esa rosca es arrojado a la hoguera de la concesión, asuntos de los que no sabemos nada. Del ascenso de Bergoglio debe extraerse, para anotarlo en la cuenta de 2013, el desfile recalcitrante de amanuenses importantes a la Plaza San Marcos. Si extrapoláramos hacia una idea general –¿por qué no hacerlo en favor de una advertencia?– ese impulso que arrojó a los poderosos argentinos a los brazos de “Francisco”, habría que pensar que existe la costumbre de que el poder se reporta siempre al poder. Por supuesto: ¿por qué no ir? Pero ir así, desesperadamente, tantos, por no decir todos, y cada cual con su camarita de fotos, no fue un hecho bonito. Después está la compulsión al “sí Francisco”. El hombre dice cosas agradables. De eso no hay ninguna duda. Su repertorio es el de una música políticamente correcta, tan correcta que yo mismo coincido con el 99% de lo que dice, mientras me quedo pensando: ¿no es esto, hasta la manija, el abc del discurso populista más clásico, es decir el populismo ecuménico? Es la versión ultra pópuli de la vox dei, en la que fieles y paganos encuentran su satisfacción particular. Y, por otra parte, ¿la única literatura, la única bibliografía política en la que se habrán de inspirar los políticos argentinos de ahora y para siempre será la basada en la franciscomanía? ¿No habrá, nunca más, un por afuera de lo que sienta, piense y pida “Francisco” aun cuando no abra la boca, en la mejor tradición de todo lo que emanaba desde el silencio el Perón de Guardia de Hierro? Luego está el efecto del aura, lo que le da un sentido más profundo a cada palabra que el Papa pronuncie en cualquier circunstancia. Por ejemplo, si entra a un Starbucks de Roma con, digamos, el Momo Venegas, y pide una dona con un té verde, ¿cuántos segundos pasarían hasta que el mundo entero bautizara la infusión con el nombre de “Desayuno de Francisco” y todos los políticos argentinos –todos, hasta Jorge Altamira– ordenaran a sus secretarias eliminar el café y copiar los gustos de Su Nuevo Jefe? Cierta vez, antes de su consagración internacional (antes de que él mismo fuera Papa), y lastimado por la melancolía del genio ensombrecido por el anonimato, Borges se refirió a las opiniones de los papas como fuentes de festejos masivo aun cuando dijeran cualquier cosa, o nada. Por debajo del reproche, se asomaba la envidia del máximo poder del Vaticano: el de la comunicación. 29/12/13 Miradas al Sur

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