viernes, 27 de diciembre de 2013

En la reunión celebrada con la CGT en el Teatro Colón. 7 de marzo de 1947.

Nuestra historia nacional. “Hace pocos días hemos declarado solemnemente, desde este mismo lugar, los derechos del trabajador. En este escaso tiempo ellos han dado ya la vuelta al mundo y todo él sabe a qué nos atenemos en este país con referencia a las garantías de los que se sacrifican y trabajan por construir la grandeza económica de la Nación. En este sentido, los derechos del trabajador deben estar sustentados por la realidad, y ésta es una realidad económica. Sería una declaración más o menos platónica, de hermandad argentina, el declarar tales derechos y sería pueril de nuestra parte aceptar que hemos hecho todo con la declaración. Por eso, nuestro Gobierno, sin enunciarlos, viene cumpliéndolos a lo largo de la evolución que el país ha sufrido en estos últimos años y está firmemente decidido a llevarlos total¬mente a la práctica, mediante una construcción y nueva estructuración económica que les dé posibilidades de realización. Sería ingenuo de nues¬tra parte creer que tales principios pueden conseguirse por el solo hecho de enunciarlos. Ésa era la antigua costumbre de nuestros demagogos. Ellos los hubieran enunciado un año antes de las elecciones; nosotros los enunciamos un año después. Porque ellos los enunciaban para que los vo¬tasen, y nosotros los enunciamos para cumplirlos. Ésa es la diferencia. Sin embargo, no hay que hacerse la ilusión de que podamos cumplirlos sin estar persuadidos de su necesidad y sin crear las posibilidades de ha¬cerla. Nada nos da la Providencia si nosotros no la ayudamos, porque la Providencia quiere que los hombres sean honrados, trabajen honradamente y, de acuerdo a la sentencia bíblica, sepan ganarse el sustento con el sudor de su frente. Si echamos una mirada a la historia y vemos la forma en que nues¬tros próceres conquistaron la independencia política, advertiremos un sis¬tema que nosotros ahora hemos copiado. Ellos produjeron primero la Re¬volución de Mayo, dieron el grito de libertad y después se pusieron firme¬mente a trabajar para obtener y consolidar esa libertad. Así lucharon seis años, desde 1810 hasta 1816, en que recién declararon la Independencia. ¿Qué hicieron durante esos seis años? No se sentaron a esperar que todo lo hiciera la Providencia, sino que se pusieron a trabajar para ayudarla. Organizaron primero expediciones hacia la periferia del país para llevar la Revolución al Paraguay y al Alto Perú; pero tenían como nosotros sabo¬teadores internos. Fue por eso que mandaron la primera expedición hacia el interior, hacia Córdoba. Durante esos seis años, pero incesante e incansablemente hasta que, en 1816, barrido el enemigo del territorio y bloqueado sobre nuestras fronteras, el Gran San Martín organizó en Mendoza el Ejército del Liber¬tador. Desde allí hizo que el Congreso decretara y proclamara la Inde¬pendencia argentina y después se puso en marcha. Habían afirmado los principios, habían declarado el derecho a ser libres y se lanzaban a luchar para afirmar esos derechos. San Martín marcha a Chile, liberta a Chile; marcha al Perú, liberta al Perú, y desde 1816 hasta 1828 guerrea incesan¬temente para hacer valer en los hechos esa independencia declarada por el Congreso de Tucumán en 1816. Nosotros luchamos por otros medios, pero nuestra empresa es tam¬bién ardua. Comenzamos por librar a nuestro pueblo del yugo económico a que estaba sojuzgado, Seguimos liberando a la Nación de la esquilma¬ción permanente que se había realizado durante tantos años contra el pue¬blo argentino. Estructuramos un nuevo orden económico y tomamos la di¬rección y el gobierno de la economía del país. Después, hemos proclamado los derechos del trabajador, que son la independencia del pueblo trabaja¬dor argentino. Como nuestros antepasados, salimos con nuestras ideas al exterior y atravesamos las fronteras con nuestra doctrina. Estamos llevan¬do una ayuda económica para la liberación de pueblos hermanos y veci¬nos con el mismo amor y con el mismo desinterés con que ellos lo hicieron. Pero, señores, nos queda luchar contra los enemigos interiores y ex¬teriores desde 1816 hasta 1828. Es esto lo que tenemos que realizar ahora. Es la etapa constructiva de nuestra Revolución, y tendremos que vencer, como ellos, enemigos de adentro y de afuera, pero hemos de vencer. De esta comparación que he hecho surge para nosotros una tarea constructiva y una, tarea de lucha, igual que la que tuvieron ellos. Organi¬zaron el país, lo unieron y lucharon por afirmar la independencia que no habían conquistado sino teóricamente. Es la tarea constructiva que noso¬tros debemos realizar en esta lucha por la independencia económica del país. Para esto, del mismo modo que aquellos que conquistaron la inde¬pendencia política, para lo cual tomaron las bases de operaciones, noso¬tros debemos conquistar también las bases económicas para nuestra lucha. Esas bases nos llevaron a construir una nueva economía. Para esto, no po¬demos pensar sino en nuestras propias fuerzas. Nadie conquista la inde¬pendencia con ayuda externa; los pueblos dignos la conquistan luchando con el destino o imponiéndose al destino.” “¿Cómo debemos combatir a esos malos diarios? No es con la violen¬cia; no hay que combatirlos con la violencia, sino con la inteligencia, Es necesario que, lo mismo que a los demás, dejemos que digan todas esas cosas que solamente ellos creen; es necesario que sufran el castigo natural del que acostumbra a decir mentiras; y el castigo es que cuando digan aún la verdad, la gente no les va a creer. La sanción que debemos aplicarles es la de no comprarles; no comprar esos diarios ni avisar en ellos Si lo hacemos con todos, todos los trabajadores verán que antes de seis meses esos dia¬rios van a escribir todo lo contrario de lo que publican hoy. Si no procede¬mos así, sería pagarles para que nos estén traicionando. Es necesario lle¬var esta persuasión a todos los compañeros para que la lleven a cabo con los diarios que mienten; no con los que dicen la verdad, aunque no nos agrade, porque algunas veces las verdades desagradan, pero son saluda¬bles. Pero estos diarios que mienten a sabiendas no hay que comprarlos ni avisar en ellos. Señores: Es un deber de todos los dirigentes conducir a sus propios gremios; yeso suena a perogrullada, pero desgraciadamente no siempre se cumple esta perogrullada. El dirigente surge de la agrupación para guiarla, y su dirección impo¬ne, en primer término, educar a la masa; en segundo, indicarle los objeti¬vos, y en tercer término, acompañarla hacia su destino hasta: en sus meno¬res detalles... Si ellos cumplen bien con una función tan honrosa, nuestro movi¬miento obrero marchará sin violencias, con la mayor naturalidad, hacia la conquista de la felicidad colectiva. En cambio, si abandonan a los sindica¬tos a su propio destino, es muy difícil que lleguen al objetivo ansiado, porque ninguna agrupación puede marchar organizada y ordenadamente sin tener alguien que la dirija. La primera desgracia para un sindicato es la anarquía, amenazada por todos los peligros de la improvisación y por to¬das las desgracias que acechan a las organizaciones en su lucha y en su avance. Señores: La conquista de la independencia económica solamente la puede conquistar la masa trabajadora, y cabe decirles que la conquistamos ahora o nunca. Es necesario que cada trabajador ocupe un puesto de trabajo y de combate luchando incansablemente para lograr ese objetivo: conseguir, cueste lo que cueste, la independencia económica de la Nación, porque solamente con esa independencia no podrá retornan' a los oscuros días de aquella semiesclavitud de la que tiene más noticias por más experiencia el que habla. Frente a ese objetivo deben suprimirse todos los pequeños conflictos y rivalidades entre los trabajadores; que exista una absoluta unidad, pen¬sando que para un trabajador no hay nada mejor que otro trabajador. Nada de diferencias entre nosotros; que las pequeñas luchas no sean más que meros incidentes entre amigos y que, una vez solucionados, permitan reanudar la lucha común en la que hay que marchar codo a codo, apoyan¬do con todas las fuerzas al compañero honrado que ha sido elegido para dirigir un sindicato. Si el dirigente que ha merecido la confianza de los trabajadores falta al honor y a la fe puesta en él, no debe ser combatido, sino arrojado del sindicato. Es menester que los sindicatos sean unidos, disciplinados con unidad de concepción, orientados hacia un objetivo co¬mún, respondiendo a los directivos de la central obrera que es la Confede¬ración General del Trabajo, que debe trabajar incansablemente por el bien de toda la clase trabajadora. La central obrera ha de dar la orientación uni¬taria porque tiene la responsabilidad de todo el movimiento obrero, ya que inviste toda autoridad. Tener responsabilidad sin autoridad es ir al fracaso. Una central obrera que no sea respetada y apoyada no podrá cumplir con su deber y alcanzar su objetivo. Por eso apoyo a los sindicatos y éstos de¬ben apoyar a la Central Obrera. Ésta debe ser la regla permanente para mantener un movimiento organizado y realizar una obra coherente hacia un objetivo común, porque, de no ser así, la lucha es mucho más difícil y, generalmente, suelen sufrirse muchos sinsabores y aun fracasar en la con¬secución de la meta. Señores: Un objetivo, la independencia económica; los medios para alcanzada, trabajar y producir; las formas, unidad, organización y disci¬plina de las fuerzas de trabajo. Sin estos requisitos todo se irá entorpe¬ciendo. Que cada sindicato instruya a la masa sobre esta necesidad, y en¬tonces, este Gobierno de fundamento obrero, apoyado por la clase trabaja¬dora, logrará la independencia argentina en el orden económico.“ p. 82 y 83. JUAN DOMINGO PERON.

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