domingo, 30 de marzo de 2014

Escrito en el agua Por Daniel Ares. Escritor sociedad@miradasalsur.com

Declarada ya un bien económico, y no social, una necesidad, y no un derecho, cada vez más voces advierten que el agua será en el siglo XXI lo que fue el petróleo en el XX. Elemento vital, escaso y finito, el llamado “oro azul” enciende hoy más de 300 conflictos entre naciones, mata tres niños por minuto, pero en un 70% ya es propiedad privada.

Por falta de agua potable y saneamiento básico, cada veinte segundos –más o menos el tiempo que insume leer este primer párrafo–, muere un niño en el mundo. Cada veinte segundos. Tic, tac.

Hoy se estima en mil millones el número de personas que no tiene acceso al agua potable, y cerca de tres mil millones carecen de saneamiento básico. Uno de cada cuatro niños menores de cinco años, muere de enfermedades transmitidas por el agua. Un millón y medio de niños muere cada año de diarrea. La lectura de este segundo párrafo llevó 20 segundos más. Otro niño murió mientras tanto.

Sin embargo, por increíble que suene frente a la fuerza de estos datos, el drama es aún mayor, y no precisa de estridencias ni redobles, basta sencillamente con enunciarlo: el planeta que habitamos se está quedando sin agua. Así de simple y de fatal.

A lo largo del siglo XX, el consumo de agua creció a un ritmo dos veces superior al de la tasa poblacional, y si bien los expertos niegan por ahora una escasez hídrica a nivel global, admiten que las regiones con niveles crónicos de carencia de agua, van en aumento, así como también la desertificación de la Tierra. Y advierten que para el año 2025 el consumo superará en un 56% su suministro. Entonces, 1.800 millones de personas vivirán en países sin nada de agua, y la mitad de la población mundial en condiciones de estrés hídrico, es decir: con menos de los 1.700 metros cúbicos anuales necesarios para vivir. Pero, ya apenas para 2030, dos terceras partes de la humanidad estará en esa misma situación, lo cual a su vez provocará desplazamientos migratorios de entre 24 y 700 millones de personas. Actualmente, las Naciones Unidas calculan que los refugiados del agua alcanzan ya los 25 millones de personas. Seres que huyen de las sequías, del desabastecimiento y de los enfrentamientos que el agua enciende.

Por algo avisó ya la revista Fortune: “El agua promete ser en el siglo XXI lo que fue el petróleo para el siglo XX, el bien precioso que determina la riqueza de las naciones. Sin embargo, 160 gobiernos reunidos en La Haya –Holanda– acordaron en 2000 definir el agua como una necesidad humana y no como un derecho del hombre. No es pura semántica: un derecho no se compra”.

Gritaba hace cincuenta años el presidente baleado John Fitzgerald Kennedy: “Quien fuere capaz de resolver el problema del agua, será merecedor de dos premios Nobel, uno por la ciencia y el otro por la paz”. De momento, las Naciones Unidos informan que, hoy por hoy, ya existen 300 zonas de conflicto por el agua.

Hace poco, el príncipe heredero de los Emiratos Árabes Unidos, Salman bin Abdul Al Saud, anunció: “Para nosotros, ahora el agua es más importante que el petróleo”.

Especialistas, ambientalistas, políticos, instituciones públicas y privadas y diversas ONG concuerdan en que ya no serán el petróleo ni la religión ni la política los motivos de las próximas guerras. Será el agua. El nuevo oro. El oro azul, como le llaman ya.

Los desiertos vienen marchando. A todo esto resulta que en el mentado planeta azul, el 97% de sus aguas son saladas, y del 3% dulce restante, buena parte ya fue contaminada y, ahora, envenena al que la toma.

En algunos países como Malasia la situación alcanzó una gravedad tal, que el gobierno impuso la pena de muerte para los contaminadores.

So pena de condenarnos al infierno intolerable de la sed, la naturaleza y sus leyes imponen la obligación de recargar los suelos con, por lo menos, la misma cantidad de agua que se consume. Pero hoy se calcula que el consumo supera en quince veces esa recarga.

A diario se extraen de las capas subterráneas del planeta unos 113 mil millones de litros cúbicos. Pero la modernidad hace que la mayor parte de esa agua se vaya por las alcantarillas directo a los océanos sin tocar nunca más el suelo. Así, las napas no se recargan, y la tierra, despacio pero rápido, se reseca y muere.

El 70% del consumo le corresponde a la industria, un 20% a la agricultura, y el 10 restante a las necesidades domésticas. La fabricación de un automóvil mediano, por ejemplo, insume 350 mil litros de agua. Un microchip, 32 litros. Cuando se acabe el agua, todo eso también se habrá terminado.

Sin embargo buena parte de todo ese consumo, no se consume: se desperdicia. La gran mayoría de los sistemas de riego es tan ineficiente, que pierde un 60% del agua extraída. Una parte de ese desperdicio vuelve a los ríos y a los acuíferos, otra buena parte se evapora.

Algo similar sucede con las redes de suministro de agua potable: filtraciones, conexiones dañadas o ilícitas, pierden un 50% del agua que supuestamente reparten.

Mientras tanto, al uso y abuso, al desperdicio y la contaminación, se suman los abismos ambientales que las voces más idóneas avisan desde hace rato.

Datos actualizados recientemente por los satélites de la NASA, advierten que California se enfrentará en breve a una “sequía épica”, y que en todos los Estados Unidos, la India y China, las napas freáticas bajaron notablemente en los últimos 50 años. En China, a un ritmo de un metro y medio por año.

El mar interior de Aral, en el Asia Central, perdió ya la mitad de su extensión. El lago Chad –hasta no hace mucho el sexto más grande del mundo–, se redujo ya un 90%.

El derrame de crudo de la BP en el golfo de México en abril de 2010 –el mayor de la historia con casi 800 mil toneladas de petróleo–, habría taponado el curso normal de la corriente del Golfo. Como consecuencia, la Siberia podría convertirse un desierto. “En un lapso de 50 años, podríamos tener un desierto en Siberia, incluso, con dunas de arena caliente. Y tal vez, por el contrario, podríamos tener allí un desierto de hielo. Todo esto se debe a que es muy alta la probabilidad de que se detenga la corriente del Golfo”, advirtió Alexéi Karnaújov, geofísico biólogo del Instituto de Biofísica Celular de la Academia de Ciencias rusa.

Pero la situación es aún más dramática en el círculo Ártico, que podría perder todo su hielo apenas para 2015, según advirtió Peter Wadhams, profesor de física oceánica de la Universidad de Cambridge, quien el último diciembre recorrió la zona en un submarino nuclear midiendo la espesura de la capa de hielo. Según sus observaciones, el grosor del manto ártico habría disminuido un 43% entre 1970 y 2000, sufriendo otra gran baja durante 2012. Para Wadhams, la explicación está en el calentamiento del aire y del mar en la región polar septentrional.

Según datos del Pnuma (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), actualmente el 35% de las tierras continentales pueden considerarse áreas desiertas que se expanden en un efecto llamado, justamente, “desertificación”. Efecto cuyas causas son el calentamiento global, el uso irracional de los recursos, el agotamiento de los suelos, la deforestación, y otras costumbres humanas. Total, el 70% no desértico de las tierras continentales “está en proceso de degradación”, según el profesor Charles Hutchinson, colaborador de la Unesco y director de la Oficina de Estudios sobre Tierra Secas de la Universidad de Arizona. Que avisa: “Los desiertos avanzan”.

Insustituible, más que precioso vital, cada día más escaso y finito, el oro azul ya engendra más codicias y enfrentamientos que el oro negro y el oro de verdad.

La gota que faltaba. La Biblia recuerda que la lucha por el agua es tan antigua como la sed. La palabra “rivales”, por ejemplo, deviene de “rivera”, de los bandos que habitaban cada lado de un río, y que peleaban por sus aguas.

En el mundo existen hoy 263 cuencas hidrográficas compartidas por distintos estados. El 60% de la población mundial vive en cuencas hidrográficas que pasan por varios países. Inmensos manantiales de agua, y de tensiones.

Desde 1967, una vez tomadas las alturas del Golán y los territorios de Cisjordania, Israel declaró su propiedad sobre los recursos hídricos del Jordán, obligando a los palestinos a someter a su aprobación cualquier proyecto hidráulico, y haciendo así, del agua, otra herramienta de poder. Un arma.

Turquía, Irak y Siria, se disputan desde siempre el Tigris y el Eufrates. La gran represa de Ataturk representa para Turquía una fuente de energía fundamental, pero la disminución del caudal que genera, pone muy nerviosos a sus vecinos.

“Hay tantas cosas sucediendo en el Medio Oriente, que un conflicto por el agua podría llevar todo al límite”, dijo ya Patricia Wouters, profesora de derecho internacional de aguas en la Universidad de Dundee, en Escocia.

En marzo de 2000, la cuenca del río Zambeze a punto estuvo de encender una guerra entre Mozambique y Zimbawe. La guerra se evitó, pero el conflicto continúa.

El Nilo nace en Etiopía, pasa por el Sudán y cruza Egipto. Allí donde prevalecen los desiertos y escasean las lluvias, el Nilo es todo. Los tres países pujan por sus aguas.

Más allá de todas las declamaciones escolares de los invasores, hoy en Mali las etnias pelean por las aguas del Níger.

El sangriento conflicto desatado en Darfur, Sudán, en 2003, empezó por el acceso al suministro de agua. Allí murieron 400.000 africanos.

Un pequeño curso de río llamado el Silala, recalienta con frecuencia las relaciones entre Bolivia y Chile, dos de los países más secos de la región.

Y donde no hay sequía y sobra el agua las tensiones aumentan.

Ese océano subterráneo de agua potable que es el acuífero Guaraní, compartido por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, explica para muchos el interés norteamericano en la Triple Frontera, bajo la modernísima excusa del terrorismo internacional.

Y éstas son apenas unas pocas de las 300 regiones del mundo donde las Naciones Unidas advierten que el agua representa un conflicto y amenaza la paz entre los pueblos.

Sin embargo, todos estos estados y sus pueblos, habrían llegado tarde a la contienda, pelearían por nada. O peor: por un bien ajeno. Las aguas del mundo ya tienen sus dueños.

Los carteles del agua. Más allá del enorme negocio que supone el manejo de las redes públicas de agua, la construcción de represas, canales, sistemas de desagüe, procesos de desalinización, etcétera; es mejor saber cuanto antes que la venta de agua embotellada ya supera en ganancias a la industria farmacéutica.

Entre 1970 y 2000, la venta de agua embotellada creció más de 80 veces. En 1970 se vendieron en el mundo mil millones de litros. En 2000, 84 mil millones. Las ganancias fueron de dos mil doscientos millones de dólares.

Así, por un lado, avanzan las distintas corporaciones que, paso a paso, se adueñan de todas las aguas del mundo. Unas van por el agua potable; las otras, por la bebible. Unas utilizan las privatizaciones públicas; las otras, la apropiación territorial, con sus lagos y sus acuíferos. Unas recurren a la política, siempre al dinero y, cuando éstos fallan, a la fuerza. No se descarta que la invasión norteamericana a Irak tuviera entre otros objetivos controlar el Eufrates y el Tigris en una de las zonas más secas de la Tierra. Van por el agua, y la quieren toda.

A partir de los años ’80, las políticas liberales impulsadas por Reagan–Thatcher hicieron que incluso los gobiernos de los países más desarrollados fueran dejando en manos privadas la administración de los bienes públicos y los recursos naturales.

Es en 1992, en la conferencia de la ONU en Dublin, cuando se habla por primera vez del agua como un “bien económico”.

En marzo de 2003, el poder de estas corporaciones alcanzó el Foro Mundial del Agua en Kyoto, y allí fue declarado el acceso al agua como “una necesidad elemental”, ya no un derecho; y como un “bien económico”, ya no social. Y, por lo tanto, se estableció que el agua debía ser dotada de un valor según el precio del mercado, para así permitir el cobro de los gastos de producción totales, beneficios incluidos.

El Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, el FMI y demás organismos internacionales alineados celebraron la decisión en la inteligencia de que el sector privado, con su capital, su pujanza y su saber, era el actor más adecuado para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Por eso hoy, para pagar sus deudas, muchos países del África, una de las zonas más secas del planeta, exportan agua y se mueren de sed.

En la actualidad, el negocio del agua para distribución domiciliaria y saneamiento está en manos de unas pocas corporaciones globales con presencia en más de 100 países, y con el control ya del 70% del agua del mundo.

Entre esas pocas, están las francesas Veolia y Suez (puestos 51 y 99 del Global Fortune), la alemana RWE (puesto 53), la Thames Water en el Reino Unido y la American Water Works en los Estados Unidos. Y desde luego, sus muchas subsidiarias y filiales como tentáculos incontables.

Ejemplo, Aguas del Aconquija, subsidiaria de la francesa Veolia (entonces Vivendi), aquella misma que en 2002 fue expulsada de Tucumán al cabo de una pueblada encendida por tarifas cada vez más altas y servicios cada vez más precarios.

En Bolivia, en cambio, en Cochabamba, el consorcio belga-americano oculto tras el nombre Aguas del Tunari, no sólo se adueñó de todas las aguas encareciendo y precarizando el servicio, sino que consiguió que fuese aprobada la prohibición a los pobladores de juntar agua de lluvia. Sucedió en el año 2000 y allí comenzó la revuelta conocida como “La guerra del agua de Cochabamba”.

En Francia, en los ’80, François Miterrand intentó nacionalizar las compañías de agua. Su esposa recuerda esos días en el documental Oro azul, la guerra del agua: “En un momento, él se vio atrapado en esa especie de dictadura económica y, aunque lo intentó, no pudo nacionalizar las compañías de agua. Por encima de él había un sistema muy poderoso y muy ambicioso. Una máquina sin alma”.

Por su parte, corporaciones tan importantes y marcas tan familiares como Nestlé, Coca Cola, Pepsi Cola y Danone prefieren el negocio del agua bebible, que hoy representa mundialmente unos 25 mil millones de dólares anuales, y que para sus exportaciones usa ya grandes buques cisterna, de esos que ayer nomás transportaban petróleo.

Purificada, tratada o preparada, todas esas marcas no son sino agua de red embotellada, y por eso en marzo de 2005, cuando la alcaldía de París recuperó para la comuna el suministro de agua, quiso recordarles a los parisinos la calidad de la misma, y lanzó una marca embotellada a muy bajo precio. Vendió tanto como la de Coca Cola que se había olvidado de avisar que su agua embotellada, también era de la canilla.

En 1998, la empresa Nestlé –el mayor conglomerado alimenticio del mundo– lanzó su marca de agua Pure Life en Pakistán. Poco después se observaron drásticos descensos en las capas freáticas, estimados en hasta un 10% en sólo un año. Pero el negocio crece a un ritmo del 15% anual. Conviene.

En 2011, Nestlé ganó unos seis mil millones de euros vendiendo botellas muy bien diseñadas, pero llenas de agua.

Como no todas son rosas, la compañía del nido y los pajaritos –socia de Monsanto– enfrenta graves denuncias en los Estados Unidos, Canadá y Brasil, países donde compra tierras ricas en aguas subterráneas y las embotella hasta agotarlas.

En Valla Fraser, en Canadá, los vecinos del distrito de Hope saben que bajo sus pies hay agua, mucha, dulce y cristalina. Y que enredada en la falta de legislación, allí llega Nestlé, se la lleva, la embotella y se las vende. Hasta secar esas napas.

“En cuestión de 30 años, el agua embotellada pasó de ser prácticamente nada a convertirse en la segunda o tercera mercancía que más dinero mueve en el mundo, después del petróleo y el café”, dice Chris Middleton, director de la consultora australiana de marketing de bebidas Fountainhead.

Con esfuerzo y sin piedad, Nestlé Waters domina ya el 17% del mercado mundial, con 77 marcas, entre ellas las francesas Perrier y Vittel y las italianas San Pellegrino y Acqua Panna. Danone le pisa los talones; Coca Cola y Pepsi vienen detrás. El negocio da para muchos, pero son pocos.

Según la propia Nestlé, hoy la humanidad bebe 148 mil millones de litros anuales, el doble que en 1996; y al precio de unos 84 mil millones de euros cada año.

El presidente de Nestlé, el austríaco Peter Brabech Letmathe, ya declaró públicamente sus intenciones: “El agua debe ser privatizada, o no aprenderemos a cuidarla”. Un filántropo.

Minutos fatales. Pese a que sólo el 3% del agua del planeta es dulce, y que 2 de ese 3 todavía está en forma de hielos, y que del uno restante buena parte ya está envenenada, aún así, el planeta tiene agua suficiente para toda la humanidad, y por unos cuantos años todavía. El problema, una vez más, radica en los criterios de sustentabilidad y distribución. O sencillamente todo habrá terminado.

Atenta a la gravedad de la situación, la ecologista canadiense Maud Barlow, autora de Oro Azul y El Pacto Azul, y presidenta del Consejo Nacional de Canadienses, advirtió ya ante las Naciones Unidas: “Estamos en vísperas de una crisis de proporciones aterradores en materia de abastecimiento de agua”.

Mucho se puede hacer todavía al respecto, pero mientras tanto las proyecciones desesperan. Dos tercios de la humanidad en crisis hídrica para 2030, el aire cada vez más caliente, las lluvias cada vez más escasas, los hielos que se retiran, los desiertos que avanzan y los recursos naturales en manos de la OMC y sus preferidos, prácticamente agotados para fines del presente siglo, cuando el hambre y la sed detonen las guerras, y las guerras esparzan sus pestes y su locura.

Suena a vulgar fantasía apocalíptica, pero en los pocos minutos que lleva la lectura de esta nota, murieron un montón de niños más. Por el agua.

El Acuífero Guaraní o las aguas suben turbias

Un océano subterráneo de agua dulce yace bajo los territorios de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay: el acuífero Guaraní, con un millón doscientos mil kilómetros cuadrados de extensión (algo así como España, Portugal y Francia juntos), y un volumen de agua estimado en 37 mil millones de metros cúbicos. Un 70% le corresponde al Brasil, un 19 a la Argentina, 6 al Paraguay y 5 al Uruguay.

La investigación de sus características y potencialidades estuvo a cargo de la Universidad Nacional de Santa Fe, la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Uruguay y varias universidades brasileñas hasta 1997. Entonces, pasó a ser parte de un proyecto financiado por el Banco Mundial, y ya poco después comenzaron las frecuentes visitas del comandante del Ejército Sur de los Estados Unidos a la llamada Triple Frontera. Y luego las repetidas declaraciones del Departamento de Estado y el Pentágono sobre posibles células del terrorismo internacional allí asentadas. Así, aquellas aguas comenzaron a subir cada vez más turbias.

Los participantes del Iº Foro Social de la Triple Frontera denunciaron los objetivos reales que motivan dichas visitas y declaraciones: el agua.

Elsa Bruzzone, representante del Cemida (Centro de Militares para la Democracia Argentina), subrayó el interés norteamericano por “el control del Sistema Acuífero Guaraní que tiene en la Triple Frontera su principal punto de recarga. Estados Unidos puso al Banco Mundial y a la OEA al frente de un proyecto que busca detectar la magnitud del recurso, asegurar su uso de manera sustentable, evitar la contaminación y mantener un control permanente hasta cuando lo consideren conveniente”.

El Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel recuerda que “éste es un punto neurálgico, y uno de los objetivos dentro de la geopolítica de los Estados Unidos para América latina, que tiene que ver con los tres grandes ejes que hoy está levantando: el Plan Puebla Panamá, con la instalación de bases militares en Centro América y el Caribe; el Plan Colombia, con la base militar de Manta en el Ecuador, y la Triple Frontera, donde están levantando los fantasmas del terrorismo islámico para tener acceso a la instalación de bases militares. Pero detrás de todo esto se esconden los grandes intereses económicos y geopolíticos como es el acuífero guaraní. Sobre esto ya han puesto sus ojos el Banco Mundial, Estados Unidos y grandes empresas trasnacionales”.

30/03/14 Miradas al Sur
 


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