martes, 27 de mayo de 2014

Macrismo13:45 (0) Destinatario Separar con comas para múltiples destinatarios. Máximo 10. Remitente Comentario (opcional) Enviarme una copia La información en esta página no podrá ser usada para envíos de email no solicitados y no podrán ser vendidos a un terceros. guardar Michetti o los límites del ecumenismo político Por Martín RodríguezLa senadora del PRO no tiene agenda: Se tiene a ella misma. Pero cuando abandona su pulsión diletante, conmueve las estructuras políticas. Michetti o los límites del ecumenismo político

Por Martín Rodríguez
La senadora del PRO no tiene agenda: Se tiene a ella misma. Pero cuando abandona su pulsión diletante, conmueve las estructuras políticas.
Los políticos-religiosos pueden ser más ecuménicos en sus relaciones políticas que los laicos. Bueno, o por lo menos así parecen dos dirigentes del Pro. Uno, el rabino Bergman, un gaucho-judío cuya búsqueda en google arroja un saldo de aforismos que son parte de la novela de estos años. La otra, Gabriela Michetti, el rostro humano del primer macrismo, cuyo origen democristiano consolidó la percepción de que Macri no pretendía asesinar cartoneros o perseguir inmigrantes, tal el imaginario que su proyección política despertaba por izquierda. Lo cierto es que el debut de Bergman, en las elecciones de 2007, junto a la CC, dieron una de las mejores postales: perdió la CC, y esa misma noche salió rajando a festejar con el Pro. Su pasión anti kirchnerista no tuvo decoro. Y fijó más rápido que nadie la dirección existencial de los republicanos: a la larga todos terminan en el Pro. Lo de Michetti es distinto. Su presencia política es diletante: irrumpe cada cuatro o cinco meses y conmociona las estructuras del Pro. No tiene agenda, se tiene a ella misma. Y su discurso parece atrapar el capital simbólico del macrismo: es renovadora, dialoguista, abierta, culposa, simple y vacía… Se podría leer cada tanto la demoledora nota que Beatriz Sarlo le dedicó en La Nación y que la hizo sufrir horrores. Un amigo la describe de este modo: “flojita de discurso, cero expectativa ejecutiva, nula actividad en lo legislativo, pero en política cada vez que aparece mueve la estantería, es como una Lole mujer”. Lousteau, Cobos y Lilita fueron las tres fotos separadas que se sacó Gabriela Michetti y provocaron un cisma. Notable.

“Mauricio es Macri”, decía Néstor Kirchner creyendo tallar en la estigmatización la clave de los prejuicios porteños. Macri ya había sido el presidente exitoso de Boca y era el hijo (díscolo) de un capitán de la industria que tenía intimidad histórica y profunda con la política. La “fotogalería” del viejo secuestro de Mauricio que publicó Perfil.com demuestra las amistades de arco infinito que tuvo Franco Macri.

El Pro es la construcción política novedosa de esta década. A la par que el kirchnerismo. Son las dos identidades nacidas y criadas a partir de la irrupción de Néstor Kirchner en la política. Hechas en espejo, un espejo y un reloj: donde el kirchnerismo dice público, el macrismo dice privado, donde el kirchnerismo dice Memoria, el macrismo dice Futuro, y así. El Pro, o Macri más precisamente, tiene las cualidades perfectas para ser el enemigo ideal: es cheto, liberal, le cuesta deglutir la papa en la boca para hablar, es decir, tiene todos los tics para que una parte de la clase media progresista odie a ese vecino. Pero el Pro es algo más que gaseosa política: es el sustento de poder que terminó por construir la oportunidad estructural de cualquier oposición no peronista. Porque gobernó la ciudad arrasando en los votos. Durante mucho tiempo fuimos muchos los que creímos que Macri, tal como su padre, era un hombre de viejos partidos, cuya creación política (alimentada por su ala liberal y duranbarbista) era apenas una estación de servicio en la que esperar la caída del liderazgo kirchnerista para salir en socorro de un peronismo sin líder. ¿Macri es o no es peronista? ¿Cuánto lo diferencia de los otros peronistas intermedios? Un Cristian Ritondo diría que sí, porque sabe que Macri es un populista liberal de rienda corta que junta votos en todas las clases sociales. Pero las simpatías de Cristina por él (conocidas cuando le dijo a Jorge Rial: “me gustan los que dicen lo que piensan”) sostuvo la extendida teoría de que el kirchnerismo quiere entregarle el poder a un Piñera. Para esa realidad tan prístina funge el peronismo y sus alternativas populares como límite. Es que el kirchnerismo lucha contra el prejuicio de ser un inquilino en el peronismo e imagina lo que Alfonsín soñó: dos grandes partidos, dos grandes corrientes, una política a la española o norteamericana. La bipolaridad. Pero para eso se necesita que esas estructuras sean partidos de ideas y no sólo (o además de) partidos de poder.

Por estos días Gabriela Michetti agitó el FA-UNEN. Un Frente que nació como la citación de Sabella: todo el mundo discutiendo al que “no” citaron (Tévez y Macri). Y para que ese temblor sea lo suficientemente poderoso contaron con el veneno de Carrió que fue la primera en nombrar la palabra Macri, es decir, lo que falta para que se frente cierre.



No hay comentarios:

Publicar un comentario