lunes, 14 de julio de 2014

Noventa y nueve por ciento de razón Por Eduardo Anguita argentina@miradasalsur.com

Thomas Alva Edison dijo, o dicen que dijo, que el ingenio es uno por ciento de inspiración y 99 de transpiración. El día de la Patria, nadie puede negarle a la selección argentina haber transpirado la camiseta bajo la lluvia paulista hasta llegar al momento donde todo parece dispuesto para el infarto: la definición por penales.
Thomas Alva Edison dijo, o dicen que dijo, que el ingenio es uno por ciento de inspiración y 99 de transpiración. El día de la Patria, nadie puede negarle a la selección argentina haber transpirado la camiseta bajo la lluvia paulista hasta llegar al momento donde todo parece dispuesto para el infarto: la definición por penales. De todo lo que dio el equipo dirigido por Alejandro Sabella, y que trasciende qué pasará en el séptimo y decisivo partido, es que el equipo tuvo funcionamiento colectivo, que no entregaron los espacios, que tuvo variantes, que nunca perdió la serenidad y que, sobre todo, el técnico y los futbolistas jugaron con la cabeza. Del “todos atrás de Messi” que el capitán se había ganado en la primera ronda, el fútbol argentino terminó mostrando que tiene equipo y que los partidos con Bélgica y con Holanda fueron partidos pensados. Es cierto que por rivalidades históricas, lo que más retumba en los oídos es “Brasil decime qué se siente”. Más allá de las picardías del folklore, los millones de pibes que festejan los logros deportivos ven la conducta de Sabella y de los jugadores. Sobriedad, humildad, respeto al adversario, cooperación. No faltan los que adjudican el juego de equipo a otros deportes, como el rugby, por ejemplo, donde se dice que el pilar izquierdo empuja en el scrum para que el wing derecho pueda marcar el try. Los que al momento de escribir estas líneas se preparan para la gran final mostraron que, detrás del rendimiento en la cancha, hay mucha preparación, hay muchas razones.
El deporte de altísima competencia, es una religión indiscutida del siglo XXI, al tiempo que un negocio imbatible para la globalización de las transnacionales multipropósito que incluyen derechos de televisión, viajes, indumentaria, agencias de publicidad, reventa de entradas truchas y seudodirigentes del fútbol mundial. Más allá del acontecimiento deportivo, los jugadores de elite son el espejo de los pibes. Quizá alguna figura de Hollywood o de alguna banda de rock pueda pesar tanto en el imaginario popular como un as del fútbol. Y los muchachos argentinos, hay que decirlo, juegan limpio. Jugaron con las Abuelas de Plaza de Mayo en la búsqueda de los nietos que faltan con Messi y Mascherano poniendo el cuerpo al lado de Estela de Carlotto. Di María, el pibe que llegó a Central flaquito de conocer el hambre, estuvo con los genios de La Garganta poderosa, que pudieron palpitar el mundial en las favelas gracias a que Pablo Gentili le hizo conocer a Lula quiénes son los muchachos de La Garganta. Gentili es un sociólogo argentino especializado en pedagogía de la exclusión, enseña en Río de Janeiro y fue el artífice de llevar gargantas poderosas al mundial de Brasil.
Ahora el conocimiento. La pregunta es, ¿si el fútbol no sirve como pedagogía de la exclusión, para qué otra cosa puede servir que no sea para hacernos pasar un momento de extremo placer? Algún pícaro creativo escribió “Mandalo a Mascherano a negociar con los buitres y vuelve con vuelto”. La idea puede resultar tan maravillosa como ridícula. Crear un volante como Mascherano debe costar años, y que Sabella sepa sacarle el juego para un esquema de juego distinto al del Barcelona es obra de gran talento. Por supuesto, que el mismo Masche tenga versatilidad para ser brillante en ambos equipos demuestra su inteligencia. Ahora bien, lo bueno es que sepamos una cosa: necesitamos a los mejores para cada cosa. Vivimos un mundo de protagonismos mediáticos donde las personas parecen semidioses. La realidad, más allá de las mistificaciones, es que, a lo sumo, son los mejores en algo y punto. Para sentarse en el juzgado de Thomas Griesa se necesitan los buenos en leyes, y para sentarse en un laboratorio de física se necesitan buenos físicos.
¿Cuántos argentinos conocen a Héctor Otegui, gerente general de Invap? Primero aclaremos: Investigación Aplicada (Invap) es una empresa estatal rionegrina que tiene cuatro décadas dedicadas a resolver problemas complejos en materia de tecnología en radares, satélites, reactores y esas cosas raras a las que muchos creen posibles si son made in USA. Otegui estudió en el Instituto Balseiro, de donde salen los Mascherano, los Messi y los Di María de la energía nuclear. El Balseiro está en Bariloche y lo bancan la Universidad de Cuyo (pública) y, sobre todo, la Comisión Nacional de Energía Atómica (organismo del Estado). Otegui es un tipo sencillo y cuenta lo que fue para Invap haber ganado la primera licitación fuera del país. Fue en Argelia, para construir un reactor nuclear. “Ni fax había en ese entonces”, dice Otegui para graficar lo difícil que era mandar planos o documentación desde Argel hasta Bariloche. Desde aquella primera aventura hasta hoy, Invap juega en grandes ligas y compitió con empresas privadas o laboratorios públicos y ganó concursos o licitaciones internacionales en Australia y Canadá. Otegui dice que todo lo logrado por Invap es mérito de Conrado Varotto, un italiano que también se formó en el Balseiro y que estuvo al frente de Invap desde su creación hasta 1991 y que en la actualidad preside la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, que depende del Ministerio de Planificación Federal.
Lo interesante de Invap es que estos años logró muchas cosas en la Argentina, desde los radares que hace para el Ministerio de Defensa hasta la experimentación para el desarrollo de molinos para energía eólica, pasando por satélites y reactores de baja potencia también para dependencias o empresas públicas. Cuando Otegui se cruza con José Luis Antúnez se saluda con la naturalidad de quienes comparten un café en un bar. ¿Y quién es Antúnez se preguntarán muchos lectores? Un ingeniero que lleva casi medio siglo dedicado a las obras relacionadas con la energía. Para hacerla corta, el hombre que está al frente de NASA (Nucleoeléctrica Argentina S.A.) y que aclara con picardía: “Tenemos unos parientes pobres en Houston”. NASA se creó en los noventa para desandar un proceso y una de las consecuencias fue la interrupción de Atucha II. Un grupo de ingenieros y técnicos tan calificados como con sentido nacional, al desguazar el proceso, guardaron con pericia cada parte y gracias a eso, cuando Antúnez fue convocado en 2004 por el ministro de Planificación Federal Julio De Vido, la inversión en la central nuclear contó con todo lo que el neoliberalismo quiso desterrar. Antúnez contó al principio, con “90 valientes” que se convirtieron en un equipo diez veces más numeroso y que ya cumplieron con la misión de poner Atucha II en el sistema interconectado. Ahora están en condiciones de emprender Atucha III.
Otegui y Antúnez reclutan jugadores que ya requieren una formación poco común y que luego deberán enfrentar lo que ellos denominan “procesos complejos”. Cabe la pregunta: ¿hay semillero en las universidades y empresas argentinas para integrar esos equipos? La respuesta de ambos es que sí, que reclutan gente formada en las universidades de todo el país, con títulos de grado y post-grado. Y con eso está todo dicho. Invap maneja su propio presupuesto, está en condiciones de buscar crédito interno y externo para financiar sus proyectos. NASA es una empresa estatal con protocolos de empresa privada. Dicho en criollo, por ser una S.A. tiene mucha menos burocracia que la mayoría de los entes estatales y al mismo tiempo está conducida con sentido público y nacional. Resultados a la vista.
Ahora la política. Tomado por la positiva, equipo que gana no se cambia, emprendimiento público exitoso se emula, se contagia a otras áreas. Tomado por la positiva, si logra una salida honorable en los tribunales de Nueva York, la Argentina está en condiciones de cerrar el círculo de cesación de pagos iniciado en diciembre de 2001. Una visión más cruda, menos ingenua, indica que el fútbol no es una escuela para encarar procesos complejos de obras energéticas de alto coeficiente tecnológico y fuertísimas inversiones. Y mucho menos creer que el Estado argentino exhibe virtudes como para pensar que estamos en las puertas de sentirnos todos parte del mismo equipo. Tampoco parece que la Argentina esté al borde de un salto histórico. En todo caso, lo que sí serviría tomar como paradigma es que si no se hacen las correcciones adecuadas y en el momento justo, los precios que se pagan son más altos. Y los distintos actores políticos no coinciden para nada en el diagnóstico, razón por la cual es de cínicos y de ingenuos pensar en la confluencia de ideas y acciones de los representantes de sectores con intereses distintos y contrapuestos.
La economía está fría, en vías de recesión. Con una industria automotriz que hoy tiene en vilo no sólo las cuentas nacionales sino la tensión social generada por los despidos y suspensiones seguidas de la represión llevada a cabo esta semana por la Gendarmería. Adefa (Asociación de Fábricas de Automotores) nuclea a 11 filiales de empresas transnacionales. Todas ellas son jugadores de altísima competencia y están conducidas para ser eficientes en servir a los intereses de sus dueños y accionistas. Todas ellas requieren de componentes, que son importados en su mayoría. Las autopartes fabricadas en el país proceden también en un número muy alto de filiales de empresas transnacionales. Este sector, considerado estratégico por el Gobierno Nacional, por la cantidad de puestos de trabajo que implica: unas 160.000 trabajadores, de los cuales 35.000 están en las plantas terminales, mientras que las autopartistas tienen el doble. El resto son concesionarios y talleres. Sin embargo, la caída en las compras y en la exportación de autos terminados hacia Brasil dejaron al descubierto un viejo y grave problema de este sector industrial cuyo eje de decisiones está en los grandes centros de poder internacional y no en la Argentina, ni siquiera en Brasil. Las empresas del sector contaron con planes de apoyo para mantener los puestos de trabajo en 2009, créditos del Bicentenario y otra cantidad de medidas de apoyo público. En esta década, aunque avanzó la inversión directa del sector por parte de las grandes multinacionales, no se modificó el esquema de proveedores para promover una reconversión de las autopartistas a un coeficiente alto de empresas nativas que puedan achicar la salida de dólares. Y las veces que las multinacionales realizaron diseños nuevos en la Argentina fueron pensados desde las casas matrices.
Por eso, cuando se lo escucha al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, decir que la Gendarmería cumple con los protocolos que sirven para preservar derechos o que las bancadas oficialistas de Diputados y Senadores se aprestan a discutir el proyecto de regulación de la protesta social, cabe afirmar que algo va por un rumbo errado y, además, peligroso. El viernes por la mañana, Capitanich defendió el desalojo violento de la protesta realizada por trabajadores de la empresa norteamericana Lear en la colectora de la Panamericana durante la mañana en la mano a provincia. En la dirección contraria al flujo de autos y por el camino lateral; es decir, una manera atemperada de protestar. Pero, además, el jefe de Gabinete no reparó en la motivación de la protesta: el día anterior, la jueza Graciela Pereira había ordenado a Lear que permitiera el ingreso de dos delegados a la planta. Aunque la empresa tiene plazo hasta el martes 15 para cumplir, una asamblea de trabajadores había resuelto acompañar a los delegados a ingresar. La empresa no los dejó entrar y entonces decidieron paralizar tareas y cortar la colectora. La intervención de Gendarmería fue en medio entonces de una pulseada entre la empresa y los trabajadores. El hecho de que la filiación de algunos dirigentes sea de izquierda no justifica para nada la intervención de las fuerzas de seguridad. Por el contrario, lo empeora. Si alguien podía mediar en todo caso era la conducción nacional del gremio de los mecánicos, que prefiere mantenerse al margen del conflicto.
Es la propia Adefa la que explica los motivos del conflicto. En su página web están los cuadros comparativos de cómo evolucionaron la producción y las exportaciones de autos en el primer semestre de 2013 y de 2014. En todos los meses hay caída. En junio, tanto la producción como en la exportación, se fueron a pique un 20% en comparación con junio del año pasado. Menos demanda interna y un desinterés completo de las autoridades brasileñas en mantener la demanda de autos fabricados en la Argentina. Este es uno de los “procesos complejos” que debe ser abordado con inteligencia y con una defensa de la soberanía nacional. Débora Giorgi está al frente del Ministerio de Industria desde la elevación de rango de esa secretaría. Como suele suceder con las designaciones de funcionarios, la Presidenta confió en Giorgi porque resulta una buena interlocutora para los empresarios de ese sector industrial colonizado por las multinacionales. Giorgi fue funcionaria de Fernando de la Rúa y trabajó con Javier González Fraga. No va en desmedro de su capacidad de gestión, sino de su propia historia. Del mismo modo, Ricardo Pignanelli proviene de una tradición de la dirigencia de los gremios industriales caracterizada por el buen entendimiento con los empresarios de ese sector. Es una realidad argentina: cuando se habla de proyecto nacional no se puede medir a todos con la misma vara ni todos tienen los mismos interlocutores. Eso sí, cuando esas empresas deciden suspender, ya sea por contracción del mercado interno, por la caída de las exportaciones o por directivas de las casas matrices, se plantea un conflicto social. No es la Gendarmería la que va a resolverlo. Más bien, su intervención va a traer al presente la historia de la represión al movimiento obrero antes que una reafirmación de los derechos de terceros. Volviendo al fútbol, equipo que gana no se toca. Equipo que entra en problemas debe, en principio, ser puesto en análisis, en debate y a disposición de hacer los cambios y las rectificaciones. Con palabras y sin balas de goma.

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