jueves, 29 de enero de 2015

Basta de Cristina Por Carlos Barragán

Gils Carbó no debería ser Procuradora porque simpatiza con la presidenta. Los fiscales de Justicia Legítima no deberían ser fiscales porque simpatizan con la presidenta. El jefe del ejército no debería serlo porque simpatiza con la presidenta. Los integrantes de 678, los trabajadores de Tiempo Argentino, Víctor Hugo Morales, y otros no deberían ser periodistas porque simpatizan con la presidenta. El canciller Timerman, no debería ser canciller porque simpatiza con la presidenta. Zaffaroni, ya se fue de la Corte, pero no debería haber sido juez porque simpatizaba con la presidenta. Los diputados y senadores del oficialismo no deberían ser diputados y senadores porque responden a la presidenta (y muchos simpatizan con ella). Los militantes de la Cámpora no deberían ser funcionarios en ningún área gubernamental porque simpatizan, pero además responden a la presidenta.

Este tipo de conceptos son el café con leche de cada mañana entre las más destacadas voces opositoras, que vienen en una bolsa donde encontramos desde bonellis, hasta sabsaies, pasando por sances radicales o lauritas de embajadas. El discurso central de esto que solemos llamar oposición, rara vez critica razones. Y cuando lo hace utiliza razonamientos que explican que el mal es la presidenta.

No se sabe qué es lo que hace mal Gils Carbó, lo que se sabe es que hace algo kirchnerista. Y lo mismo vale para cualquier otro que sea funcionario, legislador, militar, intelectual, artista o periodista. Estos opositores que todavía se disfrazan de políticos no son políticos ni opositores. Tampoco habría que llamarlos agentes destituyentes porque su objetivo va más allá de un cambio de gobierno por otro. Estas fuerzas que se dicen políticas y opositoras, son sencillamente proscriptoras del kirchnerismo. Un conglomerado de voluntades que idiotamente nos sugieren que la manera más “limpia” de gobernar sería con un presidente que lleve adelante su gestión con legisladores opositores, ministros opositores, funcionarios opositores en todas las áreas, y si se pudiera con grandes movilizaciones de militancia opositora. Por supuesto que para la salud de este gobierno lo ideal sería que todos los medios de comunicación fuesen opositores, que todos los fiscales y jueces fuesen probadamente opositores, y que los intelectuales, artistas y demás voces de la sociedad también acompañaran a la oposición sin dudarlo. Pero esto que parece una estupidez o un chiste es lo que se desprende de cada uno de sus discursos y no es estúpido ni gracioso. O no sólo eso. Son años de ubicar a la presidenta como usurpadora de ese lugar que los manuales definen como de suprema autoridad administrativa del Estado, máxima autoridad ejecutiva, y a quien se le confiere la capacidad de definir las políticas de ese Estado mientras dure su mandato legitimado por las urnas. Porque un presidente representa la unidad de una nación y a la nación también.

¿Pero qué pasa en los sótanos de estas mentes proscriptoras cuando la realidad no es estúpida, falla, y en el escenario de la vida política resulta que aparecen oficialistas entre los diputados, militares, intelectuales, funcionarios y periodistas? Aparece la grieta que divide al país en dos. Esa grieta no es un concepto de quienes asumimos el apoyo al gobierno por convicciones ideológicas, y como una necesidad para que el sistema democrático pueda resistir estos embates. Estas fuerzas contrarias de ninguna manera configuran una grieta que parte a la sociedad en dos. Esa grieta es la manera en que los proscriptores llaman a quienes quieren proscribir. Son ellos los que no están dispuestos a integrarnos a la vida política del país. Prueba de ello es que no les pareció una “grieta” cuando el vicepresidente Cobos traicionó su mandato para el que había sido elegido, y con eso traicionó al gobierno constitucional, y con eso arrastró por el piso a su amada institucionalidad. Eso sí les pareció “salud democrática”. Porque si un día todos los funcionarios del gobierno se levantaran con ganas de hacer todo lo contrario de lo que la presidencia decide, eso también les parecería “salud republicana” y lo festejarían.

Así es la clave política en la que debe moverse este gobierno. Con una presidenta que gobierna virtualmente proscripta por las demás fuerzas que no dudan un instante en impugnar las acciones de gobierno ontológicamente, digamos, o sea por provenir del gobierno. Esas fuerzas proscriptoras son las que permanentemente mantienen en vilo la institucionalidad porque viven sosteniendo que la máxima autoridad del Estado carece de autoridad. Y dicen –inventan- que hay una grieta.

La retirada de la política opositora y la presencia de las fuerzas proscriptoras deja al gobierno solo frente a cualquier dificultad, problema o crisis que haya que enfrentar. Cuando no son ellos quienes promueven esas dificultades. Porque no hay grieta. No hay dos lados en pugna. Los proscriptores no son contendientes del gobierno, ni pretenden ponerse en igualdad de condiciones como si fuesen espadachines en un club de esgrima. Ellos no disputan, no desenvainan su espada. Su manera de enfrentar al adversario es todos los días prenderle fuego al club.

Porque su solución a la grieta, esa que supuestamente divide a la sociedad, consiste en rellenarla y sellarla para siempre con el kirchnerismo.

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