lunes, 30 de marzo de 2015

Debate sobre el debate Por Miguel Russo. Miradas al Sur

La pregunta, indudable, luego del foro Emancipación e Igualdad celebrado en el porteño Teatro Cervantes los días 12, 13 y 14 de marzo, es cómo repercute en la sociedad. Unos días antes de comenzar ese evento, desde este semanario se le preguntó a dos de los intelectuales argentinos que participaban en el Foro, cuánto tardaba un debate intelectual en hacerse carne popularmente y cuánto un debate popular en hacerse carne en los intelectuales. Para Horacio González, el encuentro era fundamental porque podría “ser el ámbito del surgimiento de una nueva izquierda universal popular, con las particularidades de cada país: en el nuestro, los rasgos nacional-populares renovados con nuevas perspectivas de análisis y nuevos vocabularios políticos”. Para Jorge Alemán, era “la gran pregunta”, y se atrevía a decir que “esta significación no sería posible sin la trama simbólica que la experiencia kirchnerista posibilitó. Si se hiciera en otro lugar, tendría otro sentido. El kirchnerismo rebasó muchas de las categorías políticas que hacían inteligible a la Argentina, y le otorga un contexto extraordinario a este Encuentro”.

Claro que, una vez realizado, aparecieron las voces disonantes. Atilio Borón criticó lo que analizó como significativas ausencias: “Los intelectuales de izquierda, socialistas o marxistas de la Argentina no fueron invitados a participar en los debates. Unos pocos, muy pocos, fueron distinguidos con una invitación para concurrir al local en donde se desarrollaban las actividades y así poder escuchar a los ponentes, pero nada más”. Y cargó, además, contra la supuesta liviandad del Manifiesto final de los intelectuales participantes: “Plasmaron un etéreo documento –al estilo de los que a lo largo de estos años produjeran los intelectuales kirchneristas de Carta Abierta– más apto para suscitar ardorosos debates en un seminario doctoral sobre las novedades de la escena política contemporánea o el papel del ‘giro lingüístico’ en la teoría política, que para suministrar instrumentos de análisis para la elaboración de la estrategia y táctica de las fuerzas sociales que luchan contra el holocausto neoliberal y la recargada agresividad del imperialismo norteamericano. Estos silencios y el refugio en una nebulosa conceptual de un documento con las características concientizadoras y movilizadoras que debe tener un Manifiesto (y no está demás recordar aquí la pasión por el ‘aquí y ahora’ del Manifiesto Comunista) conspira contra su eficacia como un instrumento de lucha en la batalla de ideas y en la disputa por el poder”. Por su parte, José Steinsleger se despachó a gusto contra esa argumentación y, de paso, contra los devenires de la izquierda vernácula que reclamaba Borón: “En el siglo pasado, la mesa de las izquierdas latinoamericanas tuvo cuatro patas: la idealista (que imaginó el socialismo brotando naturalmente del capitalismo), la realista (que aupó burocracias políticas increíbles con pretextos ideológicos creíbles), la heroica (que cayó en el precipicio) y la que, interpelando a sus compañeras, cruzó el Rubicón del nuevo siglo. La primera fracasó por ilusa, la segunda por antidemocrática, la tercera por arrogante y la cuarta se pregunta hoy hasta dónde es razonable seguir divagando en los ‘qué hacer’, cuando los pueblos apenas pueden resolver las cosas diarias del hacer”.

Bienvenidas sean las disonancias: una muestra palmaria de que el Foro suscitó, de alguna manera, las controversias esperadas. Pero la cuestión es que, luego de escuchadas y analizadas las ponencias de la veintena de intelectuales invitados –entre ellos, algunos argentinos que jamás renegaron del marxismo para analizar la realidad: los mencionados Horacio González y Jorge Alemán, Ricardo Forster, Axel Kicillof–, la controversia aportada por Borón y Steinsleger muestra dos formas de manifestarse desde el discurso único del cual los dos reniegan. Atilio Borón lo hace desde la irrevocabilidad del marxismo para descular los entresijos de la cosa sociopolítica; José Steinsleger, defenestrando al marxismo como causa fundacional y fundamental de todo descalabro originado y por originarse en el país, en la región y, cómo no, en el planeta todo.

Quizá la respuesta más acertada a aquella pregunta inicial de todo este debate esté en la presencia de miles de personas que, frente al plasma gigantesco ubicado en Plaza Lavalle (frente al Teatro Cervantes donde se desarrollaba el encuentro), siguieron atentamente las ponencias de todos y cada uno de los disertantes. Fue esa participación (imposible décadas atrás de este 2015, impensada hasta el día anterior a ese inaugural 12 de marzo) la que mostró que algo está cambiando y que algo cambió indefectiblemente en la sociedad. ¿En toda? No, seguro, en una parte. Una parte de la sociedad que se puede señalar de distinta forma –pequeña, escasa, trascendente, multitudinaria– según el cristal con que se mire. Pero parte al fin. Y parte de un país que acostumbraba reunirse frente a un plasma en las plazas sólo si se trataba de un partido de fútbol. 
Quizás algo de lo referido a la importancia de las plazas por parte de Álvaro García Linera –otro marxista, por las dudas– en su discurso en el encuentro hizo la diferencia.

29/03/15 Miradas al Sur

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