miércoles, 29 de abril de 2015

Odiados y descartables Por Alejandro Horowicz

Sucede en historia literaria y también en la política: ese material de poco octanaje pareció predominar ayer en estas PASO.

Existen políticos descartables? ¿Y si los políticos se dividen en odiados y descartables? En historia política, al igual que en la literaria, algunos nombres sólo son retenidos por los especialistas. En su tiempo concitaron gran atención, lograron que las revistas especializadas les dedicaran números, pero imperceptible o abruptamente se desvanecieron. El paso del tiempo no les dio un lugar. ¿Quién recuerda hoy a Lobsang Rampa?

Vale la pena reponer su historia. Rampa no solo escribió una exitosa saga en inglés, traducida a varias lenguas incluso el castellano, sino que declaró que se trataba de una autobiografía. Sus primeros tres libros, El tercer ojo (1956), El médico de Lhasa (1959) y El cordón de plata (1960) fueron best sellers donde cuenta cómo llega a ser un monje-médico en el Monasterio de Chakpori, para terminar alcanzando el título de lama. La peripecia incluye un viaje a la China de Chiang Kai-shek (jefe de las tropas nacionalistas, histórico enemigo del comunismo) antes de la victoria del ejército popular de Mao. Allí Rampa estudiará medicina en la Universidad de Chunking, graduándose en cirugía, para participar como oficial médico durante la invasión japonesa. Capturado y llevado a Tokio, interrogado y torturado, durante el bombardeo atómico de Hiroshima logra escapar a la URSS; detenido en Moscú por la KGB, torturado y vuelto a interrogar, vuelve a huir y tras una compleja seguidilla de milagros llega al Reino Unido.

La maquinaria política no funciona tan distinto. El talento siempre será un bien escaso.

Esa es la historia que Rampa publica y por cierto no era fácil de aceptar. El hombre exageraba, bastaba que no fuera una "historia verídica", que aceptara el estatuto de la ficción, para que nadie lo pusiera en tela de juicio, pero hizo otra cosa.

Heinrich Harrer, explorador y tibetologista que pretendía ser el único europeo preocupado por la libertad del Tibet, contrata a Clifford Burgess, investigador privado de Livepool, para desnudar el fraude Lobsang Rampa. Los hallazgos de Burgess son publicados en el Daily Mail, febrero del '58, y sucintamente demuestran que Rampa no existe. El autor del libro era Cyril Henry Hoskin, que había nacido en Plympton, Devon en 1910, como hijo de un humilde plomero. Por cierto nunca había estado en el Tíbet, ni hablaba tibetano, no era monje, y jamás fue torturado por la KGB. En 1948, había cambiado legalmente su nombre por Carl Kuon Suo antes de adoptar el victorioso nom de plume final.

Al ser confrontado con el resultado de las pesquisas Rampa volvió a subir la apuesta. No negó haber nacido como Cyril Hoskin, pero explicó que su cuerpo se hallaba ahora ocupado por el espíritu de Lobsang Rampa. Y esta es si se quiere la historia final: se había caído de un abeto en su jardín en Thames Ditton, Surrey al intentar fotografiar un búho. Mientras permanecía inconsciente recibió la inesperada visita de un monje budista con su túnica azafrán. El monje le comunicó que iba a tomar posesión de su cuerpo; y Hoskin aceptó encarnar hasta el fin de sus días a Lobsang Rampa.

La potencia literaria de algunos personajes excede lo imaginable. ¿Quién podía pensar que Heinrich Harrer, autor de Siete años en el Tibet, especialista reputado traducido a 48 idiomas y denunciador de Rampa era un oficial de las SA? La Stern, revista alemana de gran prestigio, dio a conocer su curriculum que Harrer primero negó. ¿El defensor del Tíbet un nazi? Cuando las pruebas irrefutables fueron presentadas terminó por aceptarlas parcialmente, y luego el olvido se lo devoró también a él. Ambos, Rampa y Harrer, a su manera y con distinta valía no resistieron la memoria. Y ambos terminaron siendo curiosidades "literarias".

Es evidente que Hoskin – Rampa no vivió para la literatura aunque tuviera una potente imaginación, sino que apostó por poner la literatura a su servicio. La industria editorial reprodujo, con más o menos éxito, operaciones similares. Una necesidad sistémica –vender libros– impone sus propias reglas, y los lectores si disfrutan del texto no suelen ser excesivamente puntillosos. Los méritos del autor quedan en un discreto segundo plano, el éxito de ventas sostiene durante un tiempo la existencia de una larga lista de descartables cuyos aniversarios nunca existirán.

La maquinaria política no funciona tan distinto. El talento siempre será un bien escaso. Hace mucho que la política no convoca a los mejores. Con un añadido, convocarlos no supone darles un lugar, o al menos el lugar que sus egos soñaron. De modo que la "fábrica" arrima productos sustitutivos: los descartables. Hombres o mujeres que en realidad no fueron habitados por ningún monje tibetano, que no se proponen cambiar el mundo, cuyas habilidades suelen ser enigmáticas, pero eso si dispuestos a someterse a la lógica del poder. Como no tienen particulares ideas sobre casi nada no tienen que "traicionarse", como no se proponen avanzar en cierta dirección están dispuestos a dejar hacer, y como quieren evitar los conflictos siempre están más que preparados a escuchar la razonabilidad del orden existente. Dicho de un tirón: son programáticamente descartables, por eso la lucha entre descartables es sencillamente feroz dado que la oportunidad es lo único que hace la diferencia.

Algún descartable llega, otros logran sobrevivir años, no vacilan ante nada, resultan incombustibles, el ridículo les es ajeno, y creen fervientemente que la tapa de un diario acompañado por el noticiero de la TV "organizan la opinión pública". La contabilidad de su éxito pasa por el centimil en la prensa que los incluye, y la norma de su fracaso es la foto no publicada, la entrevista que no sale al aire, y el sondeo que no los ubica en lugares expectantes. Ese material de poco octanaje pareció predominar ayer en estas PASO.

¿Y los odiados? En la historia nacional dos hombres y una mujer integran tan escogido pelotón: Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón y Evita. Cuando el golpe del 30 depone al presidente constitucional sin resistencia, una multitud arrasa su vivienda. Las fotos del desastre, la casa de Yirgoyen asolada, no dejan de conmover; pero bastaron tres años, para que su muerte provocara inenarrables escenas de dolor colectivo. ¿Los que arrasaron y los que lloraron son los mismos? No. Es que la categoría de odiados suele ir acompañada de su reverso: un nivel de acrítica valoración popular, intenso amor plebeyo que la historia recoge no sin cierto asombro.

El general Perón fue sin duda el hombre más amado y más odiado de su tiempo. La fórmula Perón o Muerte sintetizó la tragedia nacional, para terminar siendo Perón y muerte. La fiesta de su regreso definitivo, el 20 de junio del '73, fue el pórtico que inauguró una intensa lucha de tendencias. El hombre que convocara a todos para combatir el gobierno militar del general Alejandro Lanusse, intentó desmovilizar su base dinámica tras las elecciones. El error resultó insoportable, a las palabras no se las lleva el viento. Y los enfrentamientos dentro del peronismo incorporaron a la Triple A, primero, y los decretos de aniquilación de la "subversión", firmados por María Estela Martínez de Perón e Ítalo Luder, más luego. El horizonte del '76 existía en el '75, y tras el golpe de marzo se inició la caza de los militantes.

Tanto Perón como Yrigoyen son figuras históricas. Figuras fagocitadas por la historia, cuya presencia actual remite a lo mítico, ya que lo político actúa en otro terreno. Evita, la única mujer de la historia sudamericana con semejante lugar, tiene otro carácter. Es evidente que no es una descartable, como también es evidente que la naturaleza de su poder siempre paso por sintetizar la palabra de los excluidos. La voz de los que no tienen voz irrumpió en los corazones humildes, y una ópera rock multiplicó el alarido hasta las pantallas del primer mundo. Queda por ver en qué lugar ubicará la Historia a Néstor y Cristina, que son parte de los odiados -amados. La elección de ayer apenas sirve para evaluar a los encuestadores, y pone blanco sobre negro el quien es quien de la política nacional: la nueva lista de descartables que van a parar a la siempre renovada mesa de saldos.

iNFO|news

 

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