lunes, 26 de octubre de 2015

inicio > la cosa se pone interesante LA MALA LECHE

A las monedas malas se las quieren sacar todos de encima. La mala moneda reactiva la economía. Es la Ley de Gresham. Sentí su fuego. En el kiosco éramos una máquina de recibir lecops, patacones y pesos. Recibir y devolver para que gire la rueda. Un kiosco en avenida Corrientes, pleno Almagro en los meses de marzo, abril y mayo de 2003. Trabajaba de noche. Entraba a las 9. Lo peor de la crisis ya había pasado, pero no se podía decir, y yo era testigo de uno de los síntomas del repliegue: paraban un día fijo en el kiosco a tomar cerveza los últimos mohicanos de una asamblea barrial. Giraban en falso ya. Pero mi cita dicharachera la tenía todos los días a eso de las 10 cuando antes de irse pasaba el policía de la cuadra, un gordo de bigotes, macanudo. Yo casi siempre leía. Aprovechaba el trabajo para leer. El gordo un día me dijo, después de redondear dos o tres boludeces: “¿te puedo hacer una pregunta, flaco?”. Sí, le dije. “¿Vos sos de Izquierda Unida?” Ah, era un corazón al desnudo. ¿Y qué quería saber? Quería saber, todos quieren saber quién es el otro. Fue a cara descubierta. Me reí. Le dije que no. ¿Tal vez porque leía me preguntó eso, o por mi barba joven de carne de cañón? Esa noche leía la correspondencia Perón-Cooke, la edición publicada por el parlamento argentino de los años 80. A las 12 solía poner las rejas del kiosco, retroceder la caramelera, esperar con una luz prendida en señal de “Abierto” para venderle a los tacheros, a los que paseaban el perro, y a toda la fauna hasta que se hicieran las 7 de la mañana y llegue mi relevo. Dormía, escuchaba música, leía, pensaba. Una de esas noches me robaron. Serían las 11. Un morocho grandote, camisa blanca. Dame dame dame, arrancó así. Aceleró. Hizo que se tocaba algo en la cintura. Tranquilo, le dije. Le di plata de la caja. Me pidió más. Le di plata de otra caja, una donde separábamos solo pesos. Y ante tanta amabilidad me pidió cigarrillos. Se los di. ¿Cuáles? Marlboro. Cuando tuvo todo, me dio la mano y me dijo una frase preciosa: “como vos, dos no hay”. Se fue en taxi, lo tomó en Medrano hacia el sur. Al rato: chuz, se cortó la luz. La misma noche. En todo el barrio. Desde el celular llamo al dueño. Hola, mirá, te tengo que contar dos cosas, disculpá la hora… me robaron. Y además se cortó la luz. El tipo vivía con su familia en Barracas. Ok, dice. “¿Cuánto te robaron?”. Le expliqué. “Mañana hablamos”, me dijo. Me tiré al piso, puse un buzo de almohada, prendí una vela. De golpe, todo era oscuridad. Hasta que se acercan luces. ¿Qué más me puede pasar? Sirenas naranjas: ni policía, ni bomberos, ni ambulancia. La cuadrilla. ¿Edenor, Edesur? No me acuerdo. Estacionan frente al kiosco. Baja uno. Se acerca. Loco, ¿qué pasa?, pienso. Golpea la reja. ¿Hay alguien? Concha de Dios: el problema estaba justo abajo. El kiosco estaba en la entrada a una galería. Había que correr la caramelera, levantar una puerta, bajar a un sótano, revisar una caja… etc. Justo unos días antes, en una reunión de mi agrupación (El Mate), hablamos de la financiación de la campaña que se venía. En mayo eran las elecciones de Centro de Estudiantes. Volvimos de la reunión con Pablo y Gonzo caminando, dijo uno, en joda: ¿y si afanamos el kiosco? No teníamos un mango partido al medio. Lo podíamos hacer en mi turno. La recaudación de un día era, prácticamente, el costo de la campaña en afiches. Lo pensamos, lo masticamos, lo compartimos, desistimos. Votamos a Kirchner esas elecciones. Fue nuestro voto de discreta esperanza. Una noche le había separado cajas a los cartoneros que venían, y uno, un pendejo que tendría 14 años, se quedó apilando, apiló bocha de cartones en su carro, terminó, se subió al carro y se sentó en la pila de cartones. Y se puso a mirar la avenida. La avenida Corrientes a las 9 de la noche de una noche de otoño. Sacó un pucho, se lo prendió, se quedó ahí, en estado de rélax, acostado, tenía el día hecho. Se durmió. Cerró los ojos y la última luz que vio era la luz de los autos que se perdían por Corrientes camino al Bajo. Debajo de nosotros un movimiento de placas tectónicas crujía, astillaba la piedra de la que estaba y está hecho el país. Debajo de nosotros un tablero de luces estalla, después se arregla. Pero había una indiferencia en él hacia esa ciudad que me complació. Como la de otro caballero de la noche: “La mafia tiene planes. Los polis tienen planes. Gordon tiene planes. Ellos maquinan. Maquinan para controlar sus pequeños mundos. Yo no maquino.” Como siempre, como siempre, la cosa se pone interesante.

Martín Rodríguez




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